Los árboles en Gijón deben sentirse desconcertados. Y no por el retraso de la primavera, que tras anunciarse tímidamente y con retraso a finales de marzo ya apunta con vigor en el cambio de color en las hojas y flores de los tamariscos del Muro, sino por los cambios de humor de los responsables municipales en los asuntos vegetales. Esto es como la repetición de la historia del Doctor Jekyll y Mister Hyde.
Se pasa desde el mimo maternal que nos aconseja que apadrinemos un árbol -vivir en Gijón nos da la oportunidad de tener muchos ahijados, desde una butaca a un peral-, a la sierra fratricida que lo tala. Aquella frase de Víctor de la Serna que dice que el español, donde ve un árbol ve un enemigo, es una norma que se confirma muchas veces, con sus excepciones, en nuestra corporación municipal, afanada en hacer de un hermano árbol, un hermano leño.
Sobre las reformas de Begoña en los últimos años, todo un prodigio de improvisación a cargo del contribuyente, hemos escrito varias veces.
No es cuestión de repetirse. Además de los efectos en nuestros bolsillos, asistimos a los daños colaterales que la última remodelación, por ahora, han producido en una hilera de plátanos de sombra, dicen que centenarios, y a unos jóvenes tilos plantados en el 93. Del desaguisado, se intentarán salvar las ocho palmeras, de futuro incierto. ¿Era necesaria la escabechina de los platanales? Tal vez entre los desaciertos del paseo, la tala de unos plátanos sean una anécdota menor. Sin embargo, es muy significativa de la falta de criterios firmes, en cuanto a la ornamentación urbana del Ayuntamiento.
Pero dejemos al irremediable Mister Hyde de la tala para ocuparnos del amable Doctor Jekyll. Pese al fratricidio de Begoña, en los últimos años se han plantado muchos y variados árboles, algunos muy curiosos por toda la ciudad que cuando esposiguen, si les dejan, harán de Gijón un preludio al Jardín Botánico. Si en internet se 'goglea' 'árboles de Gijón', aparecerá la referencia a una excelente página del Instituto Doña Jimena, realizada por estudiantes y profesores de este centro, en el que se localizan y estudian los árboles de la ciudad.
El Ayuntamiento debería promover la publicación de este trabajo en papel. En cada esquina, se nos muestra la sorprendente adaptación de árboles a veces muy exóticos, aclimatados en nuestras aceras. Personalmente, creo que en el arbolado gijonés hay un exceso de magnolios, un árbol pretencioso hasta en el nombre.
Los plátanos son pocos, y ahora menos. Y si yo tuviese responsabilidad municipal, plantaría olivos, que, paradójicamente y aunque no den fruto, se adaptan bien en Asturias. (Entre las ilustraciones del libro 'Un jardín entre olivos' de Juan Eslava Galán, figura un soberbio ejemplar en una plaza de Ribadesella). Y también plantaría más árboles de Judea, también llamado del amor o de la Pasión, al florecer siempre en Semana Santa. Tres árboles del amor, además de embellecer Begoña con sus flores rojas, serían un desagravio a los seis plátanos aniquilados.
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