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Geoff Dyer: «Me basta con el amor, no necesito ser un iluminado»

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No siempre es necesario ponerse encorsetadamente trascendente para contar buenas y hermosas historias, historias con mucha miga pero nada empalagosas. Geoff Dyer, escritor y periodista cultural británico, que vivió un trance con Jim Morrison y los Doors, que prefiere Dylan a los Beatles, es uno de ésos que piensan de esta forma.


O por lo menos así lo ha hecho en su último libro, “Amor en Venecia, muerte en Benarés” (Mondadori), una novela recibida con entusiasmo por la crítica de ambas orillas del Atlántico, trufada y veteada de sutilísimo humor y afilada ironía. Su protagonista, Jeff Atman, es un periodista que va por libre, de fiesta en fiesta, de exposición en exposición, de viaje en viaje. Uno de ellos le llevará a Venecia y a su Bienal, el otro hasta Oriente, a la India.
Todos los comienzos son durosComo todo periodista que se precie, Atman quería escribir un libro, pero ese sueño se convirtió en su pesadilla y acabó por desecharlo. A Dyer, afortunadamente para los lectores, no le sucedió lo mismo. “Es curioso, pero creo que cuantos más libros escribes resulta más difícil hacerlo. Digamos que al principio, cuando uno empieza, no sabe muy bien qué va implicar esto de escribir, pero cuando uno lleva varios sabe lo arduo del esfuerzo que le espera. En cuanto a este libro, sí, empezarlo costó un poco, pero a partir de un punto determinado resultó muy divertido y muy agradable”.
«Cuando uno viaja a Venecia no sólo la ve con sus propios ojos, sino también con los ojos de todos los autores que han escrito de ella»
El tal Jeff Atman ve con ojos vitriólicos a la tropa que asoma sus glamurosos y artísticos palmitos por la Bienal veneciana, se ríe de casi todo, pero lo mejor, por reírse se ríe hasta de sí mismo y de su mismísima sombra. Definitivamente, hay que hacer el humor y no la guerra. “Lo cierto es que uno a veces se encuentra gente sin sentido del humor, y siempre pienso: ¿pero cómo se las arreglan para vivir así?”.
En Venecia, el protagonista conoce el amor y recorre en góndola la mitologia de la ciudad italiana, sus distintas caras, muchas de ellas escritas y dibujadas por otros autores como Ezra Pound, Brodsky, cuyas tumbas visita en el cementerio de San Michele: “Cuando uno viaja a Venecia no sólo la ve con sus propios ojos, sino también con los ojos de todos los autores que han escrito de ella. Para mí, es una ciudad que conozco no sólo visual, sino también textualmente”.
Y de la Ciudad de los Canales hasta el otro lado el mundo, Benarés, el Ganges, la India, un viaje iniciático del protagonista tras la pista de su propia felicidad. “Las religiones orientales a menudo van más allá de la felicidad, buscan un estado de pureza casi infinita. En la novela, el protagonista, antes de viajar a la India, se lo pasa bomba en un mundo hedonista y carnal, completamente enamorado. Enamorarse es una de las cosas más fantásticas de la vida, y a mí y a mi protagonista nos basta. Me sobra con el amor, no necesito alcanzar los más altos estados de iluminación budista”.

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