La teoría de la relatividad de la felicidad

No hay más que asomarse a un telediario para comprobar que la felicidad o la angustia son términos relativos. En Sierra Leona los niños no tienen escuela a la que acudir porque los problemas de matemáticas han sido sustituidos por los de supervivencia: tienen que dedicar todo su tiempo a buscar agua potable y raíces comestibles.


En cambio, los niños de un colegio público de La Coruña andan mohínos porque las arcas escolares exhaustas no dan para más que para un bocadillo de pan crujiente con jamón york y queso en el comedor escolar, debido a que la Xunta de Galicia se lo gasta crudo en alquilar lujosos coches de representación.

Es como la percepción del movimiento: yo estaba tan tranquilo leyendo a la sombra de un árbol, cuando leo que la Tierra se mueve como una loca a106.200 km. por hora a través del espacio; me dio un mareo tal que todavía no me he recuperado de la impresión.

Sin información del exterior, llegas a creerte que tus problemas con las comidas de los niños, o la escasa pensión de jubilación, o el precio de los tomates son castigos divinos que se ceban singularmente en ti, el ser más desgraciado del mundo.

Es lo que le ocurre al niño Rajoy, que no ve los telediarios y cree que nuestros problemas son los peores de los muchos que afligen a la familia humana. El otro día regañaba a la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega por “preocuparse más de las mujeres de África que de las de España”. Semanas después se escandalizaba porque ofrecemos un crédito (un negocio, por cierto) a Grecia, con lo mal que tenemos el déficit doméstico.

Como se entere de la velocidad a la que circula la Tierra, es capaz de exigir la dimisión del director general de Tráfico. No es que sea tonto. Es que los patriotas como Mariano siempre desean lo mejor para nosotros.