La tarea de educadores y padres es orientar los pasos de los niños para que aprendan a vivir bajo un ordenamiento social.
En la infancia, los asuntos que un adulto normalmente ignoraría resultan atractivos para los pequeños, cuyo deseo por explorar todo lo que ven, tocan, huelen, perciben o prueban, no tiene límites. Sin embargo, cuando se encuentran en esta fase de descubrimiento terminan adoptando conductas socialmente inadecuadas.
Es así como entre los 2 y los 5 años, aproximadamente, se sienten fascinados jugando con los mocos que salen de su nariz, metiendo las manos en el inodoro, desocupando el salero de un restaurante, jalando con sus manos el papel higiénico o, incluso, tomando objetos ajenos y pegándole a otras personas para observar su reacción.
De acuerdo con Claudia Jiménez Chacón, sicóloga especializada en niños de la Asociación Afecto, ellos aprenden a identificar una conducta inapropiada con la reacción de los mayores. “Los gestos de desaprobación, las palabras o el tono de voz son los primeros indicadores para los niños sobre qué está mal visto”, enfatiza.
El problema radica en que algunas veces desconocen el error en el cual están incurriendo, porque los adultos no se han tomado el tiempo para darles una explicación. En cambio, acuden al castigo, el regaño o la reacción exagerada como estrategias para educarlos.
Adicionalmente, tienden a ser intolerantes sin tener en cuenta que hasta ahora comienzan su proceso de aprendizaje.
“Ese error de los padres bloquea la posibilidad de que un menor aprenda apropiadamente porque se le exige injustamente sin darle la oportunidad de que adquiera un hábito”, agrega Chacón.
Según la especialista, la recomendación es expresarle de manera clara, respetuosa y cariñosa por qué su conducta no es conveniente, pues ellos tienen la capacidad de asimilarlo, aunque los adultos opinen lo contrario. “Algunos piensan que no se dan cuenta de las cosas o que no alcanzan a comprenderlas, lo cual no es cierto. La explicación es básica para el cambio”, explica.
Para Graciela Fandiño, profesora de la Universidad Pedagógica y especialista en Educación Inicial, se habla de comportamiento inadecuado cuando un niño repite una misma acción. “Si ésta se vuelve reiterativa, hay que preguntarse por qué”, añade.
Como formadora de maestros, Fandiño afirma que los profesores tienen la responsabilidad de ayudarlo a poner en palabras lo que necesita. “Con los pequeños se pueden generar espacios de conversación, que en pedagogía se llaman asambleas, para hablar sobre lo que les preocupa. Además, conviene establecer con ellos pactos de conducta escritos para que sepan que no está permitido pegarle al compañero, decir groserías, escupir o gritar”, explica.
Manejo de situaciones
Como parte de su desarrollo, un menor explora su mundo a través de los sentidos. “Si bota una cuchara al piso reiterativamente está aprendiendo algo: quiere saber qué sucederá con el objeto (si se cae o no) y le parece maravilloso descubrir que él mismo puede generar un cambio en ese elemento”, explica Claudia Chacón.
Sucede lo mismo cuando se saca los mocos o se los come, pues todo lo que pase en su cuerpo le llama la atención.
“Está dándose cuenta de varias cosas: que esa sustancia sale de su organismo, que puede pegarse en cualquier lugar, que es de color verde y que tiene un sabor”, agrega Chacón.
En su lugar, los padres pueden obsequiarle un objeto hecho en un material adecuado para su exploración como un pegante especial para papel, el cual también puede pegarse en las manos; toma formas distintas y genera una sensación ‘pegachenta’.
Pero la enseñanza debe estar acompañada de una explicación. De esta manera, la madre puede decirle que se trata de una secreción que el cuerpo debe expulsar porque no la necesita y que, por lo tanto, no es comida. “Es también cuestión de aseo. Si desde que un pequeño es bebé, los padres utilizan un extractor para limpiarlo y más adelante le enseñan cómo emplear el papel higiénico para sonarse, seguramente entenderá que lo natural es estar limpios y disfrutará de la limpieza”, comenta Chacón.
Si el infante continúa haciéndolo cuando alcanza los 5 años, momento en el cual tiene más conciencia de lo que es aceptado socialmente, y en el jardín infantil es juzgado por otros niños debido a su comportamiento, es pertinente analizar si sus cuidadores le inculcan buenos hábitos de aseo.
Esto significa que, además de explicarle cómo limpiar su nariz, lo orienten sobre la importancia de salir de la casa con el pelo aseado y en orden; los dientes limpios y la ropa impecable. “Necesita la guía de sus padres hasta que lo pueda hacer solo”, dice Chacón.
Otros infantes, en cambio, exploran con el agua del inodoro entre el año y medio y los dos años. Generalmente, esta etapa comienza cuando el pequeño empieza a controlar sus esfínteres y reconoce un lugar en la casa en el cual siempre reposa agua.
De ésta área, lo cautiva que el agua del sanitario cambie de color cuando él lo utiliza y que se forme un remolino cuando baja el agua. Por eso, su siguiente comportamiento será introducir juguetes en este espacio, jugar con el agua en sus manos o inclusive tomársela.
Para dirigir esta conducta, se recomienda aprovechar su interés para realizar actividades con agua. Una alternativa es inscribirlo en clases de matronatación (natación para bebés), animarlo a jugar en la bañera mostrándole que ese si es el medio adecuado para interactuar.
Otras posibilidades
Aprender que existe un ordenamiento social al cual es necesario ajustarse es toda una experiencia para los niños. Ellos, en su afán por explorar, terminan comportándose de manera inadecuada exaltando al adulto o exponiéndose a burlas de sus compañeros de clase.
En este contexto, eructar es una de las conductas que asumen en la etapa preescolar. “Están manejando los sonidos de su cuerpo. Por eso también exageran al toser y estornudan con fuerza, pues están aprendiendo a controlar su organismo a través de las sensaciones”, explica Claudia Chacón.
Cuando las personas reaccionan frente a este hecho, también descubren que pueden controlar al adulto o llamar su atención. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando viven en hogares tensos. “Si el niño eructa, el mayor se puede reír, ofuscarse o descomponerse y eso resulta atractivo para ellos así sea a consta de un castigo, lo cual influye en que repita la acción”, agrega Chacón.
Una estrategia que ha probado dar buen resultado es ubicar al niño en el contexto del padre y de la madre. Por ejemplo, si el cuidador es médico se le puede explicar cariñosamente que no estaría bien visto eructar mientras atiende a un paciente.
De acuerdo con la especialista, esta actitud permite que el infante tenga una conciencia más alta de lo que es o no aceptado socialmente. Sin embargo, no es conveniente darle demasiada importancia al tema, pues cuando el adulto muestra indiferencia el comportamiento tiende a disminuir.
Según Graciela Fandiño, la tarea de educadores y padres es entender e interpretar lo que pasa en el mundo de los pequeños y hablar con ellos frecuentemente para averiguar qué los motiva a adoptar ciertas actitudes.
“A veces es difícil hablar con algunos padres porque casi no van al colegio o eventualmente aparece en las reuniones la abuela u otra persona. Definitivamente eso hace parte del problema, pues estos adultos desconocen qué puede estar ocurriendo”, finaliza Graciela Fandiño.
Comportamientos impulsivos
Otra situación no aceptada socialmente es la falta de control del temperamento. Esto conlleva al niño a agredir a sus compañeros física o verbalmente.
Generalmente, esta conducta se desencadena porque en el núcleo del hogar de ese infante, no existen las condiciones que le permitan expresarse adecuadamente o no tiene buenos modelos a seguir y presencia situaciones de agresividad.
Por otra parte, algunos cuidadores suelen ser demasiado permisivos y no instauran reglas claras en el hogar para que el pequeño aprenda a tolerar un ‘no’. “Los niños necesitan límites mientras aprenden. Si el adulto le permite romperlos, no se puede esperar que se controle”, explica Chacón.
En el jardín, los maestros pueden establecer con los menores normas de comportamiento con el ánimo de enseñarles a vivir en sociedad. “Es una negociación en la cual se invita a los pequeños a expresar qué necesitan para estar más tranquilos. Ellos proponen ideas como: no gritar, no dañar los trabajos o no escupir en el salón” afirma Graciela Fandiño.
Por Diana Bello Arisitzábal
Redactora ABC del bebé
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