SI como leyenda negra se toma la acepción de la Real Academia Española que la define como la opinión desfavorable y generalizada sobre alguien o algo, generalmente infundada, nos encontramos con una descripción bastante precisa sobre lo que representa la transgénesis para buena parte de la sociedad.
El pasado día 4 y 5 se publicaron en este diario tres amplios artículos contra los transgénicos. Uno de ellos una entrevista a una ecologista, otro firmado por el representante de la Plataforma Libre de Transgénicos de Navarra y un tercero con firma de un/a periodista. Son muchas las informaciones erróneas que se dan en estos artículos y que no hay espacio para rebatir en tan poco espacio, no obstante, algunas de ellas son más significativas.
Como aperitivo, arranca el artículo afirmando que Navarra es un lunar en el oasis antitransgénico, mientras que el campo europeo rechaza mayoritariamente su cultivo. Una connotación claramente peyorativa que ya denota una opinión diáfana y anticipa lo que uno se va a encontrar. Aclarar que de 27 Estados que componen la Unión Europea (UE), sólo 6 han ejercido su potestad para aplicar la Cláusula de Salvaguarda y han prohibido el cultivo de transgénicos, lo que en ningún caso supone un rechazo mayoritario. A continuación destaca que el cultivo de transgénicos ha caído en Navarra en 2009 por su escasa rentabilidad económica y los estudios que constatan efectos negativos para la salud. La siembra de maíz se redujo en toda España tanto del transgénico como del convencional, a pesar de lo cual, la proporción de maíz transgénico cultivada frente al convencional ha crecido respecto a 2008. En cualquier caso, este maíz sólo es interesante para el agricultor cuando se prevé un ataque virulento de la plaga del taladro, que es su única cualidad diferencial frente al convencional. Por ello es normal que no lo utilicen todos los agricultores y que oscile en función de la evolución de dicha plaga, tal como ha sucedido en esta región. Lo que es un hecho contrastable es que el total de los agricultores españoles que lo siembran en año de plaga intensa, obtienen una alta rentabilidad del mismo, muy superior a la siembra del convencional, tal como afirma cualquiera agricultor español que se haya encontrado en esta difícil situación. Por supuesto no existe ningún estudio que haya demostrado efectos negativos para la salud, tal como ha acreditado una y otra vez en sus informes la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA).
Respecto a que cuatro empresas controlan el mercado de los transgénicos, hay que aclarar que en la Unión Europea, hasta la reciente aprobación de la patata Amflora de Basf, se ha autorizado una modificación genética en el maíz que ha dado lugar a 124 variedades comercializadas, propiedad de 12 empresas diferentes. En cualquier caso, son muchos los mercados dominados por las multinacionales y no por ello deben ser estigmatizados, por ejemplo, la industria farmacéutica, la del automóvil, la informática, la propia maquinaria agraria, etcétera. ¿Nos preocupan los aspectos nutricionales, ambientales y económicos de lo que consumimos o quién lo elabora?, ¿nos conducen hacia un debate ideológico o nos debemos mantener en el funcional?
Otra curiosa afirmación es que a nuestros platos llega soja bañada en un herbicida y maíz con un potente insecticida. El herbicida que se utiliza en este maíz es exactamente el mismo que se usa en el maíz convencional, pero al ser resistente sólo hace falta usarlo en caso necesario de ataque por malas hierbas, no como medida preventiva antes de que éste crezca. Por otro lado, el insecticida natural que produce el maíz es sintetizado por una bacteria y es exactamente el mismo autorizado y de uso extendido en agricultura ecológica, con la salvedad de que la planta modificada genéticamente lo sintetiza en mucha menos dosis y de forma mucho más localizada que el uso distribuido que realiza el agricultor ecológico en su explotación. En cualquier caso a la mesa nos llegan todo tipo de productos químicos que provienen tanto de alimentos transgénicos, ecológicos o convencionales. Por ejemplo, bebemos arsénico en el agua, tomamos solanina en las patatas, la acrilamida en las frituras o los benzopirenos en las carnes a la brasa, todos ellos potentes tóxicos. Pero no es un problema del elemento sino de la proporción en que se consume. En el caso particular de los fitosanitarios la UE controla los Límites Máximos de Residuos (LMRs) de todos los principios activos utilizados, por debajo de los cuales, son inocuos para la salud humana. Un sistema que en la actualidad es el más estricto que existe.
El principio de precaución al que hacen alusión, prevención y cautela, ya rige las aprobaciones de comercialización tanto en la UE como en España (como puede leerse en la primera página de la Ley 9/2003 en el BOE de 26/04/03). Es uno de los pocos casos de alimentos o cultivos que han sido regulados antes de que hayan ocasionado ningún efecto adverso. La EFSA está ejerciendo con normalidad su papel de arbitraje científico, pues ha publicado unas 2.000 opiniones científicas caso por caso sobre los temas más diversos que afectan a la seguridad de los alimentos. Establecida en 2002 de acuerdo con las recomendaciones del Libro Blanco sobre Seguridad Alimentaria, no hay ningún Estado miembro que cuestione su existencia, aunque sí lo hacen diferentes organizaciones privadas no científicas, mayoritariamente de carácter ecologista, que no aceptan sus conclusiones.
Es falso afirmar que los ciudadanos no tienen derecho a elegir el no consumo de productos derivados de OMGs. Aunque no hay ninguna evidencia de que los cultivos MG autorizados presenten riesgos para la seguridad de personas o del medio ambiente, existe legislación más que suficiente en la Unión Europea (Reglamentos CE nº 1829/2003 y 1830/2003) para que cada consumidor pueda elegir si le apetece o no consumir productos que contengan más de un 0,9%. Es curioso que con argumentos como el de la libertad de elección se pretende privar a productores de semillas, agricultores y consumidores de su legítimo derecho para usar los productos más avanzados.
El tema de la coexistencia con los productores ecológicos merece mención aparte. Son los propios productores ecológicos quienes se han autoimpuesto la tolerancia cero con la semilla transgénica obtenida, por cierto, no con la de siembra, algo que en ningún momento ha sido exigido por Bruselas ni por ningún Estado miembro. Imponer el cero absoluto en la naturaleza, fuera de laboratorio, es un imposible natural, lo que muestra una vocación clara de confrontación, en vez de coexistencia. En cualquier caso, cuando alguien decide vivir en un ambiente imposible, no deben ser los otros los que se adapten, sino ellos mismos quienes tomen las medidas al respecto. En 14 años de coexistencia entre cultivos no se han producido denuncias por parte de ningún agricultor, lo que demuestra que de existir estos casos, son excepcionales y con escaso fundamento.
Ingeniero agrónomo y director Fundación Antama, por juan quintana
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