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Publicada por primera vez en España la versión íntegra de las memorias de Casanova

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"El nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte de un hermoso animal contada por él mismo". Así ve el escritor Félix de Azúa la Historia de mi vida, las memorias de Giacomo Casanova (1725-1798) cuya versión íntegra de 3.577 páginas ve la luz ahora por primera vez en España, gracias a la editorial Atalanta, que dirige Jacobo Siruela desde la localidad ampurdanesa de Vilaür.

¿Por qué hasta ahora no hemos tenido la versión completa de este clásico? A su muerte, un sobrino se llevó los manuscritos a Dresde; en 1820, la familia los vendió al editor Brockhaus, de Leipzig, que los tradujo al alemán y publicó entre 1822 y 1828. Poco después, Plon editó el original francés. En ambos casos, los editores purgaron el texto de algunos pasajes que consideraron sexualmente escabrosos o incorrectos políticamente. Tuvo que pasar más de un siglo para que, en 1960, las mismas casas editoriales transcribieran íntegramente los manuscritos. En 1993, Robert Laffont publicó una nueva edición de esta versión completa. En España, el libro llega ahora en traducción de Mauro Armiño.

El veneciano Casanova escribió sus memorias en francés, el lenguaje de la nobleza europea. Lo hizo ya viejo, sin dinero, cercano al abismo de la locura y confinado como bibliotecario ornamental del castillo de Dux, en la actual Chequia, bajo la protección de un conde. Decidió combatir su decadencia física y mental con la recreación de sus años de esplendor. Y lo hizo febrilmente: "Escribo desde el alba a la noche y puedo aseguraros que escribo también durmiendo". Aunque el relato se interrumpe en 1774, 24 años antes de su muerte. El prologuista De Azúa lo atribuye a que para narrar el declive de un hombre se "habría precisado el talento de un narrador moderno, un Dostoyevski". Casanova nació para exaltar "la potencia biológica en estado puro", el "deseo tenso como un felino", no para describir enojosos achaques.

Hijo de padre desconocido y actriz, viajero, ilustrado y con don de gentes, Casanova alternó en las principales cortes europeas, pero a la vez descendió a las más lóbregas tabernas, y supo describirlo todo con una amenidad que trasciende el paso de los siglos. Más allá de las historias de alcoba, sus memorias son un monumental fresco de las costumbres, la sociedad y la política del siglo XVIII. Un autorretrato de alguien seductor, amable, inteligente, vital, moderno y resolutivo pero también mentiroso, liante o timador. Pudo acumular poder y riquezas pero prefirió el carpe diem y una vida en la que encontramos episodios de novela de aventuras, como su huida, una noche sin luna, de la cárcel veneciana de los Plomos, que le valió que le retiraran la nacionalidadrepublicana. Fue eclesiástico, violinista, político, traductor, inventor, científico, poeta, médico, militar, economista... Experto en la Cábala, traductor de Homero, escribió –junto a Lorenzo de Ponte– el libreto del Don Giovanni de Mozart y realizó informes para diferentes gobiernos. A pesar de todo ello, una leyenda ya imposible de combatir le ha reducido a la figura de donjuán. Injustamente, según aseguran sus editores, pues "es precisamente lo contrario que el misógino Don Juan". Ya Philippe Sollers escribió: "Don Juan es el volcán, Casanova es el jardín". Libertino, sí, pero jamás violenta a sus amantes, se enamora de ellas –aunque sea fugazmente–, no se aprovecha de las ebrias e incluso deviene protector y amigo de sus ex. Sobre la cantidad –se le documentan 116 amantes, de princesas a monjas pasando por criadas– "no son más de las que muchos estudiantes actuales conocen bíblicamente entre el bachillerato y la licenciatura", apunta lúcidamente De Azúa. Se conocen incluso las consecuencias médicas de sus correrías: de los 17 a los 41 años, el bueno de Giacomo padeció cuatro blenorragias, cinco chancros blandos, una sífilis y un herpes prepucial.

El segundo volumen incluye el relato de su paso por una atrasada y empobrecida España, donde la persecución de la Inquisición le hizo huir –por Barcelona– hasta Francia, no sin antes haberse introducido en la corte española y en la intimidad de alguna dama.

En fin, no es usual que, como dice De Azúa, una obra literaria –o cualquier otra cosa– estimule "tanto la lujuria como el raciocinio". Los lectores que dejen escapar la ocasión lo harán bajo su exclusiva responsabilidad.

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