Con qué moneda se compra la felicidad

Si nos dijeran que hay una persona que tiene el secreto de la vida y la felicidad en sus manos, es indudable que correríamos en masa a buscarle...



Todos en este mundo vamos por la vida buscando ser felices y no siempre lo logramos.
Si nos dijeran que hay una persona que tiene el secreto de la vida y la felicidad en sus manos, es indudable que correríamos en masa a buscarle, para pedirle que nos recete ese remedio tan infalible que tiene la virtud de darnos todo cuanto andamos añorando.
Si tuviéramos que pagar un alto precio por lograrlo, tengo la certeza de que no dudaríamos un momento en romper la alcancía o vaciar la cuenta de ahorros para conseguirlo.
Lo que sucede es que ya hace más de 2000 años que vino a este mundo Aquel que traía en sus manos este incomparable secreto y que lo repartió gratuitamente, gritándolo con fuerte voz para que estuviera al alcance de todos los que quisieran escucharlo y ponerlo en práctica.
Aunque también es cierto que lo más gratuito es lo que más compromete, por eso al que quiera decidirse a ser plenamente feliz y lograr una vida plena y duradera se le imponen ciertas condiciones, sin las cuales no es posible lograr los objetivos pretendidos.
Por eso decimos, sin miedo a equivocarnos, que “todos en este mundo vamos por la vida buscando ser felices y no siempre lo logramos”, porque no siempre estamos convencidos y decididos a pagar el precio, que aunque no es en efectivo, sí es muy elevado.
Ya en otros momento hablamos de la fe, y no es indiferente el creer o no creer, o en quién creer. Porque si vamos a esperar que del cielo nos llueva como por arte de magia aquello que más nos hace falta, o aquello que angustiosamente pedimos, pero no ponemos en acción la dosis de fe requerida para ello, va a ser muy difícil que llegue.
Ahora bien, el Evangelio de este domingo nos muestra a Jesús que le dice a Pedro: ¿me amas? Y le pide que se lo repita por tres veces.
Si en algún momento cada uno de nosotros pudiera encontrarse de frente con Él, no nos diría nada diferente: el único precio, la única condición que pone para darnos todo el cúmulo de dones que trae en sus manos, es el amor.
Pero si analizamos detenidamente la calidad y de nuestro amor a Dios, nos daremos cuenta de que es bien pobre. Si vemos de verdad cuánto y cómo le amamos, podemos llegar a la conclusión de que… uff ¡pobre Dios! Porque si así como amamos a Dios nos amaran a nosotros, estaríamos bien arruinados, y ocurriría otro tanto si así amamos a los de nuestra familia, a los que conviven a nuestro lado.
La vida plena, duradera y feliz que se nos ofrece para esta vida y para toda la eternidad, deberá estar basada en el amor; pero un amor auténtico, del mismo estilo del que nuestro Señor Jesús nos puso la muestra, y no confundir “amor” con ser egoísta o ventajoso. Menos aún con lo que en nombre del amor ser convierte en traición, en burla o… en cosas peores.
Si queremos tener acceso a todo lo bueno y mejor de la vida, es preciso buscarlo en donde verdaderamente está: en el propio corazón que se conecta al corazón de Dios. Hay que hacer un equilibrio entre lo humano y lo divino, lo que podemos esperar del cielo y lo que tenemos que aportar con nuestro esfuerzo.
Porque frecuentemente vamos pidiendo a Dios lo que cada uno tiene que construir, y muy a menudo también vamos pidiendo a la vida lo que sólo Dios nos puede dar.
Este tiempo de Pascua es oportuno para reflexionar y para meditar estas cosas y algunas de más hondura que van directamente a lo esencial.
No es posible quedarnos en lamentos por todo aquello que vemos que sucede en nuestro mundo, reprochar a otros lo que hacen o no hacen y quedarnos como espectadores y profetas de desgracias, jueces de los demás y ausentes de nosotros mismos.
Nuestro compromiso de amor es primeramente hacia Dios, luego con el prójimo y también con nosotros mismos.
Quien ama verdaderamente ya está en el camino de la vida y ya puede empezar, desde ahora, a ser feliz.


María Belén Sánchez Bustos fsp