Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) tiene la habilidad de descubrir ambientes literarios en los escenarios más prosaicos de nuestros días: el centro comercial, la urbanización situada a las afueras o el último refugio de los jubilados europeos en Alicante, espacio donde se desarrolla su última novela, ‘Lo que esconde tu nombre’, ganadora del Premio Nadal 2010. De todos esos escenarios, uno de los más atrayentes para la escritora es el de los centros de trabajo. «Esos grandes edificios de oficinas son las catedrales de nuestros días. Allí es donde corremos nuestras aventuras personales».
¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
Hasta que empecé a dar clase en la universidad pasé por varios trabajos. El primero fue en una agencia de viajes. Y me encantaba el ambiente, porque me permitía estar en contacto con guías que recorrían el mundo constantemente. Incluso a mí, que me dedicaba a reservar hoteles, vuelos o billetes de tren, me invitaban a viajes con los que la gente de mi edad alucinaba. Me gustó mucho aquel trabajo, sobre todo el contacto con el mundo adulto. Siempre digo que empecé a penetrar en la naturaleza humana cuando empecé a trabajar. Allí conocí a la gente de verdad, porque me di cuenta de que cuando uno tiene que proteger su espacio de trabajo, donde compite con los demás, sale su verdadera naturaleza, y percibes quien es generoso y capaz de ceder y quien es implacable. Yo creo que en el trabajo salen cosas que ni en el mismo hogar ni con los amigos afloran.
Parece que sus actividades extra literarias la han nutrido como escritora.
Muchísimo. Después del trabajo en la agencia, tuve otro en un laboratorio farmacéutico y, más tarde, otro en la Administración. Fueron períodos no muy largos, pero que me dejaron una huella muy intensa. En la enseñanza, como profesora de universidad, he pasado muchísimos años más, pero ha sido la otra actividad laboral la que más me ha marcado, personal y literariamente. Cuando entraba en uno de esos trabajos, notaba muy vivamente la sensación de tener que adaptarme, de ser la nueva. Y aunque entonces pensaba que eran una pérdida de tiempo, porque yo estudiaba Filología Hispánica, ahora pienso que esas experiencias fueron un privilegio. Yo sé muchísimas cosas de las personas porque he trabajado en esos sitios.
¿Abandonó la universidad tras la publicación de su primer libro, ‘Piedras preciosas’?
No, no, no. Yo entré en la UNED en 1981 y estuve dando clase hasta 2001 más o menos. Fue tras recibir el Premio Alfaguara de Novela cuando decidí dedicarme solamente a la literatura. Más que nada, porque los viajes y las promociones trastornaban mucho mis horarios. Pero, a mí, dar clase siempre me ha encantado y, afortunadamente, cuando estoy en la Feria del Libro pasan muchísimos alumnos a verme.
¿Alguna vez pensó que podría pasar de la teoría a la práctica y ganarse la vida como escritora?
No, pero yo siempre me he sentido escritora, hiciese lo que hiciese, porque he escrito desde que era una niña. Digamos que yo trabajaba para escribir. Pero hasta los 34 años, cuando publiqué ‘Piedras preciosas’, no se me ocurrió sacar nada a la luz.
Así que siempre tenía algo entre manos...
Siempre tenía algo en el cajón. Como el que tiene que tomar una pastilla y no puede dejar de hacerlo, yo tenía ese complemento que no me podía fallar. Mi vida siempre ha sido así, desde que aprendí a escribir.
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