ANTONIO RODES Debió ser por el año mil novecientos ochenta. El grupo socialista del Ayuntamiento de Elche llevaba a Pleno la aprobación del proyecto de la Avenida de la Libertad.
El concejal de urbanismo utilizó la añagaza artera de presentar el tocho de planos, memorias y presupuestos sin tiempo para que los grupos municipales pudieran estudiarlo, con la indisimulada pretensión de que toda la oposición votase en contra y su grupo se adjudicase en solitario la autoría de aquella importante actuación.
Quien esto escribe era por entonces portavoz comunista y, tras consultar con el grupo, intervino explicando su voto a favor por compromiso con una obra por la que se había luchado durante mucho tiempo, aunque lamentado no haber podido estudiar la solución adoptada finalmente. José Quiles Parreño, portavoz de UCD, expuso la posición de abstención de su grupo por no haber podido ni tan siquiera ojear el proyecto.
El alcalde, que andaba lejos de la malicia táctica de su teniente alcalde de urbanismo y que, por el contrario, sí quería que la obra más emblemática de la primera corporación democrática fuese de todos, terció aliviado y con la absoluta convicción de tener la clave con que convencer al grupo ucedeo. "Aaaah!, si es por eso no se preocupe", dijo el bueno de Ramón Pastor, "yo tampoco lo he visto".
Eran las cosas de Ramón. La singular impronta de su natural sabiduría. Sabiduría y candidez. No sólo tenía una fe ciega y temeraria en la labor de sus concejales y en las bondades que para la ciudad habrían de tener sus decisiones, sino que consideraba lógico trasladar cándidamente idéntica fe a los concejales de la oposición. El talante del añorado Ramonico era definitivamente rousseauniano. El hombre era bueno por naturaleza. Y los concejales de Elche más. Los suyos y los de la oposición.
Hoy todo ha cambiado mucho. Ya no es, obviamente, el mismo Ayuntamiento. Ni siquiera, Elche es la misma ciudad. Ha cambiado mucho. Y más debe cambiar. Le conminan a ello muchos problemas y algunas oportunidades. Problemas como los derivados de la crisis y su particular modelo de impacto sobre la ciudad. Oportunidades como las que se derivan de su estratégica ubicación en el territorio en un momento en que es justamente el territorio la gran palanca de desarrollo económico futuro. En este momento, con la caja de proyectos vacíos en las ciudades por la escasez de recursos a que ha conducido la crisis, Elche tiene en sus manos una herramienta capaz de ponerle plazo a los problemas y aprovechar sus oportunidades. Se trata del proceso de revisión del Plan General de Ordenación Urbana. Su término municipal enorme y razonablemente preservado hasta llegar aquí supone la gran reserva de suelo en el litoral del País Valenciano. Su posición de centralidad le convierte en clave de cualquier diseño estratégico. La parálisis del consell y su repercusión en las alcaldías campistas coloca en excelente posición a Elche para situarse en posición de liderazgo en el discurso y la planificación territorial del sur de la Comunidad Valenciana. El alcalde Soler lo ha percibido y parece decidido a aprovechar la coyuntura. A ello obedece la contratación de la Fundación Metrópoli. Personalmente, tengo mis reservas respecto de las bondades materiales de tan rimbombante Fundación. Creo más en la fuerza de las ideas claras por parte del propio Ayuntamiento. En la existencia de un modelo de ciudad que proponer. En el modelo de inserción de esa ciudad en el territorio. Y, sobre todo, en la enorme fuerza y capacidad que daría a un proyecto como éste un consenso total en el seno de la propia corporación. Un cierre de filas total en torno al futuro de la ciudad.
Nunca antes hubo en la ciudad tanta necesidad de un acuerdo. Nunca antes hubo tantos problemas para llegar a un acuerdo. El PP ilicitano, que pareció inicialmente estar por la labor de participar en un PGOU de consenso, parece decidido ahora a hacer de este tema un elemento más de desgaste del equipo de gobierno y de confrontación electoral. No es razonable. Es miope. Y lo será, igualmente, por parte del gobierno local si no agota todas las vías para llegar al entendimiento. La ciudad no puede permitirse el lujo de llegar dividida a un empeño que necesariamente ha de ser de todos. Y, sin duda, castigará a quien rompa ese irrenunciable objetivo. A quien no sea capaz de imbuirse de ese saludable espíritu de entender los intereses de la ciudad por encima de los intereses del partido. A quien no sea sensible a aquel viejo talante que nos permitió pasar en paz de la dictadura a la democracia. Aquel viejo espíritu del entrañable Ramón Pastor.
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