De todos los caminos posibles para ver a nuestra izquierda bifronte y desastrada recuperar la Xunta a corto plazo, el más directo –probablemente el único factible– pasa antes, paradójicamente, por Madrid. Por la virtualidad de que Zapatero sobreviva a la pendiente de la crisis y gane, por tercera vez, a Rajoy. Ni errores dantescos como el del conflicto de laminación del idioma, ni el paupérrimo casting realizado para el actual gobierno Feijóo, que ha llevado a personas inauditas a algunas consellerías, bastarían para desalojar, en una legislatura, al actual inquilino de Monte Pío, el cual se parapeta tras una poderosa campaña de imagen que lo resguarda de desgastes mayores.
En esa tesitura, una derrota en las generales de 2012, dejaría en la derecha a Gallardón y Aguirre reelectos en Madrid e inhabilitados para la sucesión; a Camps, ya cadáver político, con indiferencia de que se hubiera atrevido a volver a presentarse en Valencia. Y a Rato, aún flamante en el sillón de Caja Madrid y sin margen para volatilizarse como hizo en el FMI.
Más allá de la política-ficción, no duden de la evidencia de que el camino hacia la dirección nacional del PP quedaría entonces expedito para Feijóo. Y lo que aquí dejaría, mucho más a la vista de su marcado presidencialismo mediático, sería un gobierno descabezado y con una serie de lastres no irrelevantes: enfrentado a una intelligentsia a la que Fraga supo mantener en el pesebre; un ejecutivo sometido a las contradicciones de su involución en sanidad, educación o igualdad, y todo ello sin el escudo de la foto del joven timonel neocon que tiró del carro en aquel marzo de audis y gloria.
Ese escenario es el único que veo como permeable para el desalojo de esta joven vieja derecha de la Xunta que nos mata suavemente, como Roberta Flack, pero con la tonalidad de Pilar Farjas. No hay otro camino, por mucho que a algunos moleste ese centralismo que hace que el futuro de Galicia pase casi siempre por Madrid. Así fue en 1989, cuando Felipe González le entregó a Fraga la Xunta como bien de Estado, vendiendo sin pudor a Laxe. Así volvería a ser si la situación se revierte y, en contra de lo que tantos dan por descontado, Zapatero encuentra en el tiempo de descuento su famosa baraka, la que le ha llevado, como a un larguirucho y torpe James Stewart en las películas de Frank Capra, a pisar todos los charcos y salir finalmente indemne del chaparrón.
¿Y si nos comemos a Rajoy? Hoy, pese a la que está cayendo sobre La Moncloa, parece una pieza más abatible –y ya con el plomo de las derrotas y la plastilina del pasado en las alas– que el halcón de la derecha neoconservadora gallega, un Feijóo al que veríamos con gusto tomar el rumbo del “Gran Hermano” de Génova.
José Luis Losa
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