Las grandes decisiones en la vida nacieron de momentos de silencio.
Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce desintegración y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia.
Hay diversas clases de silencio.
Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.
# Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas y de personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se consigue silencio exterior.
# Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones, memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio interior es más difícil, pero imprescindible para oír a Dios e intimar con Él.
Los enemigos del silencio son: la dispersión, el desorden, la distracción, la diversión, la palabrería, la excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el frenesí, el ruido.
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¡El valor del silencio!
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