Sobre jabulanis y vuvuzelas JON AGIRIANO |

Hasta el momento, el Mundial de Sudáfrica se está escribiendo con dos palabras en lengua zulú: jabulani y vuvuzela. La primera significa 'celebrar' y la firma Adidas la utilizó para designar al balón que diseñó para esta Copa del Mundo. Visto lo visto, hay que convenir en que el directivo de la marca alemana que tomó la decisión de ponerle ese nombre es un tipo con mucho sarcasmo. Vuvuzela, por su parte, se llama a la trompeta de plástico que los hinchas sudafricanos utilizan para animar a sus equipos, algo que a estas alturas conocen todos los aficionados al fútbol. Según consta en la Wikipedia, este artefacto es un sucedáneo del 'kudú', el tradicional cuerno sudafricano, y su sonido, que puede alcanzar los decibelios de los motores de un avión, imita «al barritar de un elefante o al zumbido de una abeja».

Dicho así, el cronista, que es de natural previsor ya se ha provisto de tapones para el estreno de España en Durban, cree que se hace necesaria una aclaración. O una cosa u otra: o hablamos de elefantes o de abejas. O quizá no. Quizá todo se resuelva con una precisión numérica. Podemos hablar del barritar sin pausa de una gran manada de elefantes y del zumbido conjunto de todas las abejas de Sudáfrica y de parte de las de Zimbawe y Mozambique.
El caso es que el sonido de las vuvuzelas, felizmente ausentes ayer en el entrenamiento matinal de la selección española en Potchefstroom, resulta ensordecedor y acaba poniendo los nervios de punta a los extranjeros que asisten a los partidos del Mundial. La FIFA, de hecho, estuvo a punto de prohibirlas, tras recibir las quejas de jugadores y técnicos en las pasada Copa de las Confederaciones. Al final, sin embargo, no se atrevió a hacerlo temiendo humillar a los anfitriones, que disfrutan como niños con ese estruendo bíblico y tienen en la vuvuzela a su instrumento más querido. Muchos, de hecho, las personalizan. La vuvuzela, en fin, es una parte del paisaje del país. En la televisión sudafricana se ven anuncios en los que niños de pueblo guían a sus avestruces tocándola. Por no hablar de que, en una de las torres más altas del antiguo centro comercial de Johannesburgo, cuelga un inmenso cartel de 30 pisos de altura en el que anima los aficionados a darle que te pego a esa turuta supersónica: «Make noise», dice.
De modo que habrá que acostumbrarse, algo que puede resultar complicado en determinadas circunstancias. El cronista piensa, por ejemplo, en Green y Chaouli, los porteros de Inglaterra y Argelia. Ambos comparten protagonismo en este arranque mundialista por sus errores garrafales al comerse de mala manera sendos jabulanis que no llevaban mayor peligro. Ambos también, fueron disculpados por sus compañeros aludiendo a los efectos diabólicos que hace el esférico de Adidas. A saber. La impresión de los aficionados es que tanto Green como Chaouli la pifiaron de mala manera y se hubieran comido un tango con el mismo apetito suicida que el jabulani que les lanzaron Dempsey y Koren, respectivamente.
Ahora bien, el cronista considera que hay que ponerse en el lugar de las víctimas. En el de Green, que apenas acertó a levantar la mano para pedir perdón a sus compañeros mientras Capello se giraba hacia el banquillo para que las cámaras no captasen como le temblaba la mandíbula. O en el de Chaouli, que se retiró a los vestuarios con una mirada angustiada, sintiendo la que se le venía encima. Tardarán en olvidar los minutos que vivieron en el campo tras cometer sus errores flagrantes. ¡Qué soledad la de los porteros en esas situaciones! Y qué suplicio, imagina uno, seguir allí, bajo los tres palos, rumiando la cantada, sin saber qué cara poner y dónde meterse, asediado todavía por el maldito jabulani y con miles de vuvuzelas tronando como las trompetas de Jericó. El infierno de un futbolista debe ser algo parecido a eso.