La Navidad nunca le fue ajena a la música en sus más variadas manifestaciones, desde la popular a melodías más elevadas, entre los que no están excluidos por citar a algunos- Bach, Haendel o Vivaldi.
Inclusive, esa tradición viene desde la época precolombina, de donde data la danza azteca que hoy se conoce como “Estrella del Oriente”. También el cancionero popular de cualquier lugar del mundo se ocupó con sus ritmos vernáculos de esa celebración, incluyendo a la Argentina. Ella le consagró zambas, vidalas y hasta algún chamamé, entre tantos otros ritmos.
Ahí están, como ejemplos, los compuestos por Ariel Ramírez y Félix Luna. Y hay también hasta un vals, “Navidad”, que suscribieron Osvaldo Pugliese y Eduardo Moreno, con versos que invocan a aquella “Navidad, en la casa de mis padres/ canción de Nochebuena/ y escuchando en el patio de malvones/ el cuento aquel de la abuela...”. O el tango “Que se vayan”, de Canosa y Dizeo, que por ahí un paria reclamaba “a ver, mozo, más escabio,/ que esta noche es Nochebuena/ y mañana Navidad”.
Y, a propósito de la música ciudadana, asegura la leyenda que el tango “La morocha” nació, precisamente, en Navidad, la de 1905, cuando su autor, Enrique Saborido, regresaba a su casa después de los tradicionales festejos de Nochebuena.
Desvelado, se puso a pergeñar unos versos a los que, horas más tarde, se los dio a leer al compositor Angel Villoldo, quien terminó musicalizándolos. La musa inspiradora (y del circunstancial desvelo de don Enrique) habría sido una tal Lola, una bella morocha muy conocida en los lugares que él frecuentaba con sus amigos.
DESDE EL NORTE
Si nos remitimos al norte argentino podemos encontrar a la denominada “Danza de las Cintas”, muy antigua ella, que señalaba el momento culminante de la celebración navideña. Sí, tradicionalmente, la Navidad encontró en la música una forma notable de expresión y de exaltación. Tal es así que una artista relevante, la recordada Martha de los Ríos, compuso un carnavalito navideño, “Huachitorio”, cuyos versos decían “pisa pisa pastorcillo/ vamos todos, ropa y valor/ que nació nuestro Redentor/ ofrezcámosle el corazón”.
Otro patriarca del cancionero vernáculo, don Arturo Dávalos, escribió la casi olvidada zamba “Tristeza de Navidad” y el no menos renombrado Oscar Valle el villancico “Niñito Jesús” (“El niñito santo a la tierra llegó/ y vino del cielo por la voluntad de Dios”, apuntan sus estrofas) y no podemos dejar atrás al ya citado binomio Ariel Ramírez-Félix Luna, que aportó la vidala “El Nacimiento”.
Y también estos compositores se unieron una vez más para concretar “Navidad en verano”, donde decían “Navidad está metida en el verano/ no tiene pino ni la nieve le da luces/ mi Navidad con el calor va de la mano/ y un dulce olor a sidra y pan dulce”, para sentenciar después “para todo los hombres,/paz en la tierra/ en mi caliente tierra/ y en la que nieva”.
Manuel J. Castilla y el “Cuchi” Leguizamón llevaron al pentagrama la “Navidad de Juanito Laguna” con aquellos versos que decían “Juanito de la inocencia/ canta en dormido Laguna/ así por dentro de sueño/ pasa llorando la luna”, para rematar más adelante “le está soltando campanas/ la Nochebuena/ y en el arbolito cantan/ las arboledas”.
Y muchos conjuntos nativos cantaron la famosa “En un burrito orejón”, de Víctor Lister y el habitualmente tanguero Cátulo Castillo. Su letra expresaba “no llores más vida mía/ que llega la Navidad/ San José con María/ traerán un burrito orejón/ cargadito e’turrón”, para culminar asegurando que “vendrán en un burrito/ caminito para Belén./ Amados los dos, amados,/ amados de Niño Dios”.
Y, en una época, Los Chalchaleros solían cantar “Navidad india” (“Vamos, vamos, todos a Él/ en humilde pajar/ ha florecido un clavel”), mientras que Margarita y Ángel Palacios supieron idear un villancico (“Canto a Belén”), a la vez que Sergio Villar puso música y poesía a su “Pastorcito de Belén” (“El niño Dios ha nacido allá lejos, en Belén/ vendrán los reyes a verlo,/ y los pastores también”.
EN LATINOAMÉRICA
Más allá de nuestras fronteras, los uruguayos no podían ser menos, por eso candomberos ellos- lanzaron al filo de los años cuarenta su “Candombe de Navidad”, con letra de Jerónimo Dorio y música al tono de Carmelo Imperio y Romeo Gavioli. Sus versos expresan “Repica el tambor/ esta noche es Nochebuena/ dice el barrio su cantar/ y los cohetes, con sus luces/ quieren el cielo rayar”, para terminar que “entre músicas alegres/ va llegando la Navidad”.
Del otro lado de la cordillera, el poeta chileno Juan Ramón Gonzalo también hizo su aporte al cancionero navideño y escribió los sencillos versos de una “Cueca de Nochebuena”. En ellos expresaba: “Ya llegó la Nochebuena/ ¡qué noche tan deseada!/ y las niñas aunque feas/ desean ser abrazadas”.
Y si de villancico se trata otro muy cálido es “Suenan las campanas”, que apunta “Cristo Jesús ha nacido/ en un humilde portal/ entre paja desnudito/ para redimirnos del mal”. Por otra parte, vale la pena consignar que los villancicos tradicional manifestación musical navideña- tuvieron sus orígenes en el siglo XII, inicialmente sin connotación religiosa, aunque poco a poco empezaron a formar parte del repertorio eclesiástico, al punto tal que hasta la misma Iglesia generó luego los propios y hoy se entonan tanto en Europa como en toda Latinoamérica, en los tiempos de Adviento y Navidad.
En Perú, la incomparable Chabuca Granda (la de “La flor de la canela”) dedicó a sus hijos numerosos villancicos, siendo “Quietud” uno de los más reconocidos. Y si continuamos con la música popular, cómo dejar de lado al famoso conjunto colombiano Los Wawancó y a su versión de “Amor y paz”, una cumbia que muchas parejas bailaron y que su canto decía “Un poco de amor/ un poco de paz/ se acerca la Nochebuena/ el año nuevo y la Navidad”.
El cantautor puertorriqueño José Feliciano, artista de renombre él, popularizó su “Feliz Navidad”. Y si del trópico se trata, en México, Flor Morales Ramos dedicó a la festividad todo un repertorio, que incluyó su “Alegre Navidad” y “Arrurú” (“Bajando las montañas allí vienen los pastores/ para ver el nacimiento han sufrido los rigores/ arrurú, arrurú, duérmete Niño Jesús”).
Décadas atrás en gran Bing Crosby cantaba “White Christmas” (“Navidad blanca”, que fue uno de sus hits) y, años más tarde, Elvis Presley llegó a entonar su versión de “Navidad azul”. La música popular de aquí y de allá, como se advierte, nunca prescindió de la Navidad.
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La sublimación navideña
Los testimonios musicales vinculados con la Navidad son muchísimos y prácticamente transitaron por los sucesivos períodos musicales, aunque es de reconocer que el barroco fue el de más grande inspiración en este sentido.
Hay que recordar entonces a Händel (1685-1759), compositor, violinista, clavicordista alemán, que supo armonizar con su música textos en italiano y hacer amistad con otros notables de aquellos tiempos, como Scarlatti o Corelli.
A su vez, Händel compuso muchos Oratorios -entre los cuales se destaca “El Mesías”, que luego se transformaría en una obra coral por excelencia-, al igual que Alessandro (padre) y Domenico Scarlatti (hijo), ambos músicos italianos que crearon innumerables composiciones vocales sacras: Alessandro, su famosa cantata del Oratorio “Messa per il Santissimo Natale di Nostro Signore”, que interpretara para la corte papal en 1707.
Si bien anterior a los nombrados, la música de aquéllos tal vez no hubiese sido la misma sin las composiciones de Arcangelo Corelli (1653-1713). Su “Concerto Grosso” Op.6 Nº8, que él llamó “Hecho para la noche de Navidad” y conocido universalmente como “Concierto de Navidad”, es el más famoso.
OTRAS MANIFESTACIONES
El músico barroco italiano Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) con su “Salve Regina” rindió un culto extraordinario al Nacimiento, al igual que el veneciano Antonio Vivaldi (1678-1741), precisamente de la escuela que también frecuentó Albinoni, quien hizo su aporte a la música sacra con su “Salve Regina” y el “Magnificat”; el oratorio “La adoración de los tres Reyes Magos al Niño Jesús” y el concierto para violín “El descanso para la Navidad”.
También, aunque menos notorio dentro de la música barroca frente a los notables que hemos mencionado, se encuentra el meritorio alemán Johann Adolf Hasse, (1699-1783) con su “Salve Regina”.
Más cercanos en el tiempo encontramos a Charles Gounod (1818-1893), con su “Ave María”; y, entre ellos, se destacó también el noruego Edvard Grieg (1843-1907), que para honrar la música navideña compuso “O Magnum Mysterium” (¡Oh gran misterio y admirable sacramento, que las criaturas vieran al Señor nacido, acostado en un pesebre! Oh bienaventurada Virgen, cuyas entrañas merecieron llevar a Jesucristo, el Señor. Aleluya!).
Otro de los grandes y más próximos fue Camille Saint-Saëns (1835-1921), con su “Oratorio de Navidad” Op.12. y el “Ave María”. Aunque poco conocida su obra en el campo sacro, ésta denota influencias de Bach, Gounod y también de algunos villancicos populares. Por su parte, Ottorino Respighi (1879-1936) con su obra coral “Lauda per la Natività del Signore” y un sinfín de otras composiciones, se erigió como uno de los mayores músicos del siglo XX.
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Desde el viejo mundo
En España, el popularísimo Raphael también le cantó a la Navidad y por eso compuso “El tamborilero” (“El camino que lleva a Belén/ baja hasta el valle que la nieve cubrió/ los pastorcillos quieren ver a su rey/ le traen regalos en su humilde zurrón/ al redentor, al redentor”, expresan sus estrofas).
Y otra cancionista española de renombre, Isabel Pantoja, dedicó todo un álbum a canciones navideñas, y hasta con ritmo flamenco. Y en mismo territorio ibérico, más precisamente en Portugal, otra mujer, Anahí, escribió su versión de “Navidad de las estrellas”, donde pedía que la magia de esa noche colmase de esperanza el corazón.
Después también está la otra música que evocó la tradicional festividad navideña: además de villancicos se sumaron oratorios, múltiples sinfonías y conciertos que, a través de los siglos, transitaron por todos los períodos musicales de la mano de creadores inconmensurables, que dejaron su impronta sobre el pentagrama.
Pero, esencialmente fueron los villancicos, una antigua tradición, los que marcaron su impronta al cancionero popular navideño, como aquel que expresa: “Hoy en la tierra el cielo envía/ una capilla angelical trayéndonos/ paz y alegría,/ cantando el himno triunfal. Viene a anunciar el nacimiento/ de nuestro Redentor./ Llenos de agradecimiento digamos/ todos con fervor: Gloria a Dios en el cielo!”. O ese otro, más que simpático: “¡A Belén, pastorcitos!/ a ver al Rey de los Reyes/ ese niño divino que ha nacido en un pesebre”.
Como hemos visto, la música en todas sus manifestaciones siempre estuvo presente en las celebraciones navideñas, a través de conciertos, oratorios, valses, cantatas y hasta ritmos pop. Música que tuvo como corolario en aquella sencilla (y vigente) “Noche de Paz”, que allá por 1818 escribió el padre Joseph Mohr y musicalizó Franz Xavier Gruber. Sí, de alguna manera (o de distintas maneras y con diferentes ritmos), la música toda, sin distinciones, se encargó de exaltar la festividad suprema de la cristiandad.
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Los santafesinos estamos muy familiarizados con las ilustraciones pictóricas de algunos de nuestros artistas como Luis Quiróz, quien dedica toda su inspiración al arte sacro (hace pocos días terminó las obras de restauración del oratorio Nuestra Señora de Guadalupe, en Recreo), o Juan Arancio, de quien en nuestra memoria perduran sus cálidas estampas costeras, con hombres, mujeres y niños de esta región litoraleña. También él plasmó de esa manera, con su estilo tan particular, muchas imágenes navideñas, pesebres incluidos.
TEXTO. GRACIELA DANERI. FOTOS. EL LITORAL.
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