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El horóscopo, un fenómeno que lo leen hasta los que no creen

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Dicen que los reyes magos eran tres astrónomos persiguiendo un fenómeno estelar y que arribaron a destino siguiendo el camino marcado por esa luz. Pero es una historia improbable como muchas otras y por lo tanto solo pueden asumirla como cierta aquellos que tienen fe, es decir, los que creen sin ver. Con los horóscopos pasa algo parecido: no existe ninguna prueba rigurosa acerca de su veracidad, pero según datos de la Secretaría de Culto tres de cada diez argentinos creen en sus vaticinios y son muchos más los incrédulos que de todos modos los consultan.


El mercado certifica: los principales astrólogos del país acaban de lanzar sus libros de predicciones 2011 y las editoriales se preparan para repetir un negocio que se dispara en diciembre y mueve millones. Ludovica Squirru –reina madre de la astrología china– encabeza el ranking de ventas con su horóscopo del año del conejo. Sus editores lanzaron 130 mil ejemplares y proyectan una nueva tirada para febrero. Lo mismo pasa con el zodíaco de Horangel: salieron 85 mil ejemplares de su horóscopo anual número 48 para saciar la demanda de un público que muere por saber qué pasará con su destino. La venta de libros –a 50 pesos promedio cada ejemplar– es, sin embargo, apenas la superficie de un fenómeno comercial que incluye suscripción al horóscopo por mensajes de texto, consultas personales, cursos de tarot y astrología y servicios de adivinación especiales, por ejemplo, en despedidas de solteros.

La mujer que atiende el teléfono todavía arrastra en su dicción los rastros de una infancia en Hungría, donde nació. “La astrología es estadística”, define Lily Süllös, que acaba de publicar su horóscopo número 30. “Recibo cada vez más gente en mi consultorio, incluso jóvenes que no saben qué estudiar. Pero es lamentable que también son cada vez más los astrólogos truchos”, revela. Una consulta con Süllös sale 400 pesos.

Los chinos, una civilización paralela, tenían su propia manera de interpretar a los astros. Por eso su horóscopo difiere del zodiacal, que fue adoptado por los babilonios, antes del 2000 a.c., como un calendario para medir el paso del tiempo. Ese es el origen de la astronomía horoscópica occidental que enseña en una casa fresca de Belgrano Beatriz Leveratto, tan astróloga como Florencia y Lucía, sus hijas de 22 y 26 años. En su instituto se gradúan 60 astrólogos por año, después de tres años de estudio a 190 pesos por mes. También dicta un curso de tarot, que dura 9 meses. “El astrólogo marca climas –dice Leveratto–, es un meteorólogo de la vida humana. No da certezas, sino pautas. La carta astral confirma un rumbo y uno puede asumir o descartar ciertas cosas”, dice. Es inevitable preguntarle qué deparará el 2011 –y que lo crea el que quiera–. “Plutón entró en Capricornio. Europa parece caerse y se advierte más igualdad –vaticina–. Urano entra en Aries y propone una nueva forma de vincularnos. Estamos evolucionando del homo-sapiens al homo-spiritual y algo de eso se va a acentuar este año”.

Pero, ¿quiénes consumen horóscopos? Se habla de adultos jóvenes con poder adquisitivo y público tradicional. “Para muchos es entretenimiento. Pero quienes consideran a la astrología una ciencia se arriesgan a guiar su vida por rumbos equívocos”, advierte desde su blog Factor 302.4 Alejandro Agostinelli, periodista especializado en creencias contemporáneas. “Medios que publican horóscopos, escuelas de astrología y adivinos de cabecera son parte de un sistema donde las creencias, el negocio y la honesta búsqueda de sentido al caos están mezclados en dosis desparejas”, asegura.

El historiador Juan Pablo Bubello, autor de Historia del esoterismo en la Argentina, dice que los argentinos siempre quisieron conocer su futuro y que por eso surgieron prácticas culturales de adivinación, encarnadas en personajes famosos y no tanto. “En los ‘90, la gente consultaba para saber si tendría trabajo. Ahora consulta sobre salud y amor”, explica Bubello, y se zambulle en la larga tradición entre política y astrología. “Donde veas un político vas a ver un astrólogo”, dice. “Duhalde, De la Rúa, Menem tuvo varias: Blanca Curi, Lily Süllös, Aschira. Y hasta Néstor Kirchner, siendo gobernador, consultaba a una astróloga llamada Alí Hindie. La gente cree que el astrólogo puede adivinar la verdad, aunque eso después no suceda”.

¿Es correcto, entonces, hablar de creencia? “No lo pondría en esos términos. No caben todos en la misma bolsa. Pero sí ocurre que cuando los pronósticos no se dan, se culpa al astrólogo por predecir mal, en vez de echársele la culpa a la astrología por ineficaz”.

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