Juan Romero (Sevilla. 1932), es un hombre machadianamente tranquilo. Su pintura emana una ingenuidad y al mismo tiempo un optimismo que algunos califican de naif, a pesar de su clásica formación durante siete años en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla.
Anoche, la obra de Juan Romero, mirada a lupa, casi cuadro a cuadro, fue desmenuzada en el libro de Julio Soler titulado, «El pintor sevillano Juan Romero. La fantasía hecha pintura». Soler, bajo la dirección del profesor Fernando Martín, ha realizado una tesis doctoral sobre la pintura de Romero que ahora ve la luz.
«Es una suerte -dice el pintor- que hagan una tesis sobre tu obra y encima que no se quede sólo en la Universidad, sino que vea la luz». Afirma, sin embargo, que «me da mucho pudor que hablen tanto de mi pintura. Soy mucho más modesto».
Romero recuerda que realizó su primer cuadro en la casa de un amigo en la plaza Zurbarán, «lo compró una señora de una empresa donde yo trabajaba de botones, por un duro. Aún lo tiene». Desde su etapa parisina ha ido numerando toda su obra, «ahora estoy pintando el cuadro 749. Siempre les he puesto una numeración y además, he hecho una fotografía de cada cuadro que salía de mi estudio».
Llegó a París en 1957, «con tres mil pesetas en el bolsillo y sin saber francés. No entendía nada, era como un bebé. Mi intención era quedarme a vivir en París para siempre». Pero todo cambió cuando en 1967 le otorgaron el Premio de la Bienal de Arte de París, «aquello tuvo mucha repercusión en España y poca en Francia. Echaba mucho de menos mi tierra, así que volví y me quedé en Madrid».
Ha tenido casa en Sevilla hasta hace dos años y reconoce que su pintura no sería lo mismo sin París, «seguramente de haberme quedado aquí me hubiera dedicado a la enseñanza».
Afirma que disfruta pintando, «es mi terapia. Siempre digo que no trabajo, disfruto». Piensa que su pintura es muy sevillana, «aprendas donde aprendas al final sale lo que has mamado. Yo en París recordaba los azulejos del Alcázar que siempre he incluido en mis cuadros».
Cuando estudiaba tenía influencias de José María Labrador y de Pérez Aguilera, «y después de Paul Klee y de Gustav Klimt, «por los dorados, claro. Pero la realidad es que siempre estoy aprendiendo de alguien».
La última exposición en Sevilla fue en 2009 en la galería Birimbao. Se titulaba «Paisajes vividos, paisajes soñados», galería en la que volverá a exponer a finales de este año.
En su ciudad ha hecho dos grandes exposiciones. La primera, una antológica en el Real Alcázar que reunió cerca de 300 cuadros y que tuvo lugar en 1981. La segunda en la antigua sala del Monte, organizada por el también pintor Paco Molina dos años después. «Son dos exposiciones que las recuerdo con enorme cariño». Aficionado a los toros y a la cultura popular, encuentra en lo cotidiano una constante fuente de inspiración para su obra.
MARTA CARRASCO. SEVILLA
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Juan Romero: «Me da mucho pudor que hablen tanto de mi pintura»
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