Incorporado en las filas de la Cofradía Internacional de Investigadores, sin olvidar la misión de acompañar al Santísimo en la larga duración del recorrido, no puedo evitar sustraerme a recuerdos relativos a la pintura por el itinerario por donde marcharnos.
Nada más iniciado el religioso cortejo, viene a la memoria la del gran acuarelista Alfonso Bacheti, fallecido hace bastantes años en su casa de la calle del Cardenal Cisneros. En proceso en esta vía, a poca distancia de su esquina final, en la calle del Barco, se distingue la lápida dedicada a Luis Tristán, que a no ser por la fama de El Greco, la de ese su discípulo estaría latente en todo momento.
Subiendo hasta la plaza Mayor, si en el instante pudiéramos adentrarnos en el Teatro de Rojas, nos sorprendería la composición pictórica del techo con los medallones en que quedan retratados nuestros más ilustres dramaturgos del pasado; pero aún más llamativo encontraríamos el magnífico telón debido a los artistas Busato, Bonardi y Valls, telón que, según dejó escrito Esperanza Pedraza, es «quizá el más bello de todos los teatros españoles».
En la calle de Martín Gamero no pasaremos por alto el desparecido bar La Jara, lugar en su tiempo de tertulia de bohemios y en su interior un gran fresco realizado por algunos de sus frecuentadores. En la calle del Comercio, en la tienda del óptico Garcés, mereceríamos levantar nuestros ojos hacia una interesante pintura en la altura mostrando las representaciones de los orfebres Benvenuto Cellini, Enrique de Arfe, Montoya que hizo la cruz procesional del cardenal Mendoza, y Merino, creador y dorador de la parte externa de la Custodia.
Insignes pintores
En Zocodover, en el interior del antiguo Café Español, podríamos contemplar un resto de las alegorías e historias de José Vera, con Isabel la Católica y su corte de damas en este caso. En la calle de la Sillería, detenidos en el recodo que da vistas a la plaza de San Agustín, se habrá de memorizar el dejado Hotel Castilla y de su dueño, el hijo Carlos Priede, autor de notables óleos.
Continuando, del corto callejón de Moreto concluyente con Alfileritos, se tiene a mano un programa de la recreativa exposición al aire libre estos autores: Guerrero Malagón, Fernando Dorado, Tomás Camarero, Layos Corraleño, Guerrero Corrales y José Luis Arellano. Cien metros más allá giraremos la vista hacia la bajada de los Carmelitas, y al fondo veremos un lateral de la vivienda en que habitó el insigne pintor Manuel Romero Carrión, desaparecido prematuramente en agosto de 1977. En la plaza de San Vicente, ¿cómo no tener en la mente de la enajenada iglesia, los «grecos», entre ellos «La Asunción de la Virgen» después trasladada al museo de Santa Cruz?
En la calle de Alfonso X el Sabio, algunos de los que componen las filas procesionales podrán refrescar en la memoria los grandes cuadros de tipos humanos que hace mucho tiempo exhibía en su patio el prestigioso médico Peñalver. En la plaza Juan de Mariana no habrá de olvidarse de la iglesia de San Ildefonso, como retablo, la extendida pintura simulando monumentales relieves y entre sus figuras las de San Francisco de Borja y otros santos jesuitas, de los que instruye Sixto Ramón Parro en su «Toledo en la mano».
En la calle de Alfonso XII, siempre tan reconocido estará el extraordinario Enrique Vera, y en el lado de frente a su casa, más abajo, el ahora desalojado estudio del buen pintor Pedro Sánchez Coronado, en su tiempo director de la Escuela de Artes. En la plaza del Salvador y del minúsculo callejón del mismo nombre rememoraríamos al desaparecido Juan José Morera Garrido, antes bien ponderado y luego un tanto olvidado, dejado de existir en julio de 1993.
En la calle de la Trinidad, puedo citarme con mis trabajos al óleo de mi trayectoria antigua y actual. Y ya andando cansados, al embocar el Palacio Arzobispal, dentro de él, en dependencias próximas a su Archivo, cuelgan numerosos cuadros de santos y reyes, muy estimables.
Finalmente, termina nuestra colaboración en la celebración ingresando en la Catedral; de su Sacristía omitiremos enumerar las obras pictóricas contenidas, que si estuvieran agrupadas en salas exclusivas constituirían una renombrada pinacoteca. Pero antes, entrando en el templo, volviendo la vista a la izquierda y penetrando en la Capilla Mozárabe, quedaríamos absortos ante los frescos con Cisneros en imagen central conquistando las africanas tierras de Orán.
Ésta es la visión de paleta y pincel recorrida, distraída a intervalos la devoción a Dios vivo, en este señalado día dedicado a Él en su presencia por las calles de Toledo.
FERNANDO DORADO
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