Hoy celebramos a los Santos Marcelino y Pedro. Ambos se recuerdan en el Canon Romano de la Misa. El primero era sacerdote y ejerció el Ministerio presbiteral durante el mandato del emperador Diocleciano. Por su parte, Pedro era exorcista, dedicándose a curar a los poseídos por el demonio.
Durante una redada fueron detenidos por profesar la Fe en Jesucristo, arrojándoles a la cárcel. Su estancia en la prisión fue similar a la que cuenta sobre Pablo y Silas cautivos, en los Hechos de los Apóstoles. Continuamente alababan al Dios del Cielo, dando verdadero ejemplo a los demás prisioneros, alentando a los fieles y catequizando a los que estaban inmersos en el paganismo. Pronto se les ajustició por orden del magistrado Severo quien, ordenó que fuesen conducidos a un bosque llamado Selva Negra para que nadie supiese del lugar donde iban a ser sepultados, después de decapitarles. Su forma de morir y su testimonio, estimularon al verdugo a convertirse al Dios de Jesucristo. Y el sitio fue descubierto hasta el punto de que dos piadosas mujeres, exhumaron los restos, llevándoles a la Catacumba de San Tiburcio, en la Vía Labicana, donde reposan. Constantino mandó edificar una Iglesia sobre sus tumbas y Gregorio IV se lo entregó a Carlomagno, para que fuesen venerados.
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