La Pascua remite a lo sagrado. Nos inclina la cabeza ante el martirio y el milagro de la resurrección.
El gobierno español entregó a los familiares del poeta Miguel Hernández una Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal. Desde el 2009, el Ministerio de Justicia ha recibido 1.064 solicitudes de reparación de víctimas del régimen franquista, de las cuales ha concedido 567 y denegado 30 (el resto, en trámite).
El documento establece que el poeta, quien murió de tuberculosis hace 68 años en la Cárcel de Alicante, "tiene derecho a obtener la reparación moral que contempla la Ley de Memoria Histórica, mediante la cual la democracia española honra a quienes injustamente padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura".
Desde hace dos años, el juez Baltasar Garzón aplica en casa lo que ha practicado en solar ajeno, para impedir la impunidad en crímenes de lesa humanidad: adelanta un censo de fusilados, desaparecidos y enterrados en fosas comunes, a partir de listados presentados por familiares de las víctimas (se cree que ahí estaría la vil morada de Federico García Lorca).
Defensores del poeta de la Generación del 27 prueban que, a pesar de que fue parte de las tropas de oposición a Franco, Hernández nunca disparó un fusil. Las palabras eran su arma: escribía y declamaba para los reclutas, camino al frente.
Un tribunal militar lo condenó a la pena capital bajo los cargos de ser "chivato traidor" y por "escribir versos y ser el poeta del pueblo". Inútilmente, el Generalísimo conmutó la pena por 30 años de cárcel y, por eso, la familia de Hernández espera que, antes del 30 de octubre, centenario de su nacimiento, se anule la condena -que sigue vigente-.
Garzón, héroe valiente o talismán mediático, ha resucitado el caso de Miguel Hernández, y a las víctimas anónimas del franquismo: se aferró a la memoria como elemento clave en la construcción de una democracia.
De lo simbólico a la nada, prefiero lo primero. La reparación de víctimas es una figura bíblica invertida: un lavado de manos que no crucifica sino que resucita.
Al juglar muerto lo repara cada lector, que arma una historia, una vida en torno de sus palabras: " Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranca ".
Miguel Hernández no necesita resurrección. Su poesía es el milagro:
" No te quiero en ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre descenderá mañana. / Porque la especie humana me han dado por herencia, la familia del hijo será la especie humana. / Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos, / seguiremos besándonos en el hijo profundo. / Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos, / se besan los primeros pobladores del mundo ".
Son sus poemas los que nos redimen. Y, como profecía de las Escrituras, nos levantan de las muertes, cotidianas, de la rutina, del insomnio, y, a veces, del desamor.
Ana Cristina Restrepo Jiménez
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