El azar y un drama situaron a Moussa e Ibrahim en el camino de la escuela. Eran dos de los trece hermanos de una familia tuareg que vivía en el desierto de Mali dedicada al pastoreo. El azar quiso que un día una reportera del París-Dakar detuviese el todoterreno frente a su campamento.
Mientras hablaba con su padre, se le cayó al suelo El principito de Saint-Exupéry. Ambos hermanos quedaron fascinados por aquel niño rubio que, como ellos, habitaba el desierto. Aprender a leer, acudir a la escuela, se convirtió desde ese momento en su mayor anhelo. En el desierto no hay atascos recoge la peripecia vital de Moussa Ag Assarid quien, tras terminar la secundaria en Bamako, viaja a Francia para cursar estudios universitarios.
El autor describe su fascinación y perplejidad ante el mundo occidental que va descubriendo. Los comentarios y las anécdotas, como la cama del hotel tan grande que podrían dormir en ella todos los niños de su jaima, el milagro del agua que sale de los grifos o la magia de las escaleras mecánicas, son divertidos y enternecedores, además de lúcidos, sin ocultar a veces la decepción frente a cosas como las prisas, la falta de atención a lo que nos rodea o la pérdida del sentido de trascendencia. ...
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