San Juan. Nace en Licópolis – hoy Asiut- a comienzos del siglo IV. La mayor parte de su vida estuvo en Tebaida, dedicado a la oración y la penitencia.
Tras una juventud en el ejercicio de la carpintería, oficio que aprendió de su humilde familia, se pone en manos de un monje que orientará a la austeridad en busca de Cristo. Alimentado de hierbas y frutos silvestres, duerme poco y dedica muchos ratos a expiar sus pecados. Toda la gente que le conoce coincide en su sencillez, además de una alegría desbordante. Su ayuno es algo que va dentro de su corazón, sin ningún tipo de alarde, siguiendo el mandato evangélico que pide a quienes ayunen que se perfumen y se laven para que sólo lo note el Padre del Cielo. Con el tiempo acudirán a él otras muchas personas que se sienten tocadas por la Providencia a la conversión y al cambio. No faltan personas que van en busca de consejo y ayuda espiritual. Entre ellos se encuentran algunos militares, así como legados que envía el propio Emperador Teodosio. Con el paso del tiempo, el monje Evagrio del ponto y su discípulo Paladio van a visitarle. Tras una cálida acogida, profetiza a Paladio su próxima elección como Obispo, y las cruces que sufrirá. Tras 75 años en el desierto, muere en el año 394.
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San Juan, ermitaño 27 de marzo
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