Relajado en su casa de Mos, Óscar Pereiro reconoce que es un polvorilla. "No me gusta estar quieto, necesito actividad", dice. Tiene la bicicleta, pero a día de hoy no le hace gracia la herramienta que se lo ha dado todo y apenas sale a rodar día sí, día no, unas tres horas. Pereiro, junto a su mentor Álvaro Pino, el mejor ciclista gallego de la historia, está en la encrucijada. Acaba contrato con su equipo, el Caisse d'Epargne y ha pronunciado la palabra retirada. Le sobran ofertas para seguir, pero no encuentra la motivación. "Ser ciclista sin disfrutar sobre la bici es complicado", asegura.Este verano volvió a Francia. Su equipo le esperaba, ausente el jefe de filas Alejandro Valverde, pero Pereiro no llegó. Se había quedado en el Col de Agnello. Allí, en el Tour anterior, se había roto el brazo izquierdo en una escalofriante caída. Reapareció a los cinco meses, pero equivocó los tiempos. "Traté de volver a tope y quise ir demasiado rápido. Otros años llegaba al Tour con 32 días de competición y este año fui con el doble. Llegué pasado", explica.
Todavía no se ha quitado de encima ese punto de saturación. "En el Tour de este año el cerebro me hizo masa y volví para casa. Entonces dije que era mi última carrera y sigo pensando lo mismo". Pero Pereiro es un luchador, un tipo que supo salir de las catacumbas del ciclismo luso para subir al podio de los Campos Elíseos. Se va a dar un tiempo. No mucho. Se pondrá ante el televisor a ver la Vuelta, que comienza el día 30 y, si al ver a sus compañeros redescubre el hambre de pedal, lo intentará y valorará las opciones que tiene para seguir en el pelotón. Quizás lo sencillo sería estirar una carrera en la que ha alcanzado un significativo caché, aunque Pereiro se mueve a impulsos. "No me gusta robar. Si sigo es para competir, no para salir en la foto". Tampoco, asegura, tiene que ver un posible adiós con la certeza de que no va a regresar a las cotas alcanzadas. "Soy un tipo realista y sé que cuando gané el Tour no era el mejor de la carrera, sabía que no iba a volver a esa cima, pero nadie me ha regalado nada".
Pereiro asume su rol. Si el cosquilleo regresara a su estómago todavía sería un ciclista muy aprovechable para emboscadas en la carretera y cohesionar grupos fuera de ella. "Me gusta organizar, crear ambiente, animar...". En un deporte tan piramidal en el que el podio es demasiado estrecho, asegura que ha cosechado victorias muy íntimas: "Me encanta ganar, pero he conseguido alegrarme tanto por los triunfos de un compañero como por las míos. Es como cuando un futbolista marca un gol, pero también lo celebra el que da el pase".
Esa cualidad para liderar grupos puede abrirle puertas. Es un buen relaciones públicas, proactivo y con discurso. Le seduce la publicidad. No elude debates, incluso los más áridos, pero tampoco cree que le corresponda abanderar una cruzada para regenerar el deporte que le ha dado todo. "Eso le toca a los señores de la Unión Ciclista Internacional (UCI)", asegura. Pereiro reconoce que mucha gente no se cree el ciclismo. "La gente quiere ver carreras, aplaudir al ganador y que luego no haya sorpresas y eso no está pasando. Se vende que se lucha contra el dopaje, pero hay que hacerlo hacia adentro y no públicamente". Cuando hace veinte años Álvaro Pino estaba en la misma encrucijada que Pereiro, los ciclistas eran esforzados de la ruta. Hoy se les señala poco menos que como yonkis. "Tenemos que convivir con la sospecha. El dopaje está reventando el ciclismo. Pero la lucha contra este problema no me toca a mí. Algo están haciendo mal en la UCI si con todo el dinero que dedican a ello no cambian las cosas".
Mientras la gangrena interna no se repara, siempre queda la vocación, las ganas de ir en bicicleta. Pereiro trata de rescatarlas. Por si no lo consigue ya empieza a bullir alternativas. "Me gustaría trabajar en el mundo del deporte y no tiene porque ser con el ciclismo". No abrirá una tienda de bicicletas. "Soy más ambicioso que todo eso".
Todavía no se ha quitado de encima ese punto de saturación. "En el Tour de este año el cerebro me hizo masa y volví para casa. Entonces dije que era mi última carrera y sigo pensando lo mismo". Pero Pereiro es un luchador, un tipo que supo salir de las catacumbas del ciclismo luso para subir al podio de los Campos Elíseos. Se va a dar un tiempo. No mucho. Se pondrá ante el televisor a ver la Vuelta, que comienza el día 30 y, si al ver a sus compañeros redescubre el hambre de pedal, lo intentará y valorará las opciones que tiene para seguir en el pelotón. Quizás lo sencillo sería estirar una carrera en la que ha alcanzado un significativo caché, aunque Pereiro se mueve a impulsos. "No me gusta robar. Si sigo es para competir, no para salir en la foto". Tampoco, asegura, tiene que ver un posible adiós con la certeza de que no va a regresar a las cotas alcanzadas. "Soy un tipo realista y sé que cuando gané el Tour no era el mejor de la carrera, sabía que no iba a volver a esa cima, pero nadie me ha regalado nada".
Pereiro asume su rol. Si el cosquilleo regresara a su estómago todavía sería un ciclista muy aprovechable para emboscadas en la carretera y cohesionar grupos fuera de ella. "Me gusta organizar, crear ambiente, animar...". En un deporte tan piramidal en el que el podio es demasiado estrecho, asegura que ha cosechado victorias muy íntimas: "Me encanta ganar, pero he conseguido alegrarme tanto por los triunfos de un compañero como por las míos. Es como cuando un futbolista marca un gol, pero también lo celebra el que da el pase".
Esa cualidad para liderar grupos puede abrirle puertas. Es un buen relaciones públicas, proactivo y con discurso. Le seduce la publicidad. No elude debates, incluso los más áridos, pero tampoco cree que le corresponda abanderar una cruzada para regenerar el deporte que le ha dado todo. "Eso le toca a los señores de la Unión Ciclista Internacional (UCI)", asegura. Pereiro reconoce que mucha gente no se cree el ciclismo. "La gente quiere ver carreras, aplaudir al ganador y que luego no haya sorpresas y eso no está pasando. Se vende que se lucha contra el dopaje, pero hay que hacerlo hacia adentro y no públicamente". Cuando hace veinte años Álvaro Pino estaba en la misma encrucijada que Pereiro, los ciclistas eran esforzados de la ruta. Hoy se les señala poco menos que como yonkis. "Tenemos que convivir con la sospecha. El dopaje está reventando el ciclismo. Pero la lucha contra este problema no me toca a mí. Algo están haciendo mal en la UCI si con todo el dinero que dedican a ello no cambian las cosas".
Mientras la gangrena interna no se repara, siempre queda la vocación, las ganas de ir en bicicleta. Pereiro trata de rescatarlas. Por si no lo consigue ya empieza a bullir alternativas. "Me gustaría trabajar en el mundo del deporte y no tiene porque ser con el ciclismo". No abrirá una tienda de bicicletas. "Soy más ambicioso que todo eso".
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