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Un camino de historia y naturaleza

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Hay caminos que viven siempre si cada generación sabe darles una utilidad. La antigua calzada que une el pueblo de Ajarte, en Treviño, y Vitoria, es uno de ellos. Durante la construcción de la vieja catedral de Santa María, en los siglos XIII y XIV fue la ruta utilizada para transportar unas 4.992 toneladas de roca que una vez labradas por canteros expertos se convirtieron en piedra de sillería y esculturas del templo. Son las denominadas lumaquelas de Ajarte.

«Al romper la piedra con el martillo y ver la roca fresca se aprecian unos fósiles, unos minerales y una textura que la hacen inconfundible. Es una caliza paleocena, ocasionalmente denominada piedra blanca o piedra franca alavesa». Así comienza la formidable guía 'La ruta de la piedra', escrita por el geólogo Luis Martínez-Torres y editada recientemente por la UPV. El librito es un compendio ilustrado de historia y naturaleza, y permite de una manera individual disfrutar de este sendero que no llega a los quince kilómetros y supone unas cinco horas.


Martínez-Torres ha concluido en su estudio que para transportar el material hasta El Campillo fueron necesarias unas 10.700 carretas tiradas generalmente por bueyes. Cada yunta arrastraba unos 460 kilos de piedra extraída de las canteras de Ajarte. Este tipo de roca ya había sido utilizado desde el neolítico en la construcción de menhires y dólmenes, y, salvo excepciones, dejó de explotarse a finales del gótico, cuando el gasto se hizo insoportable. Fue un tipo de piedra de gran calidad que se usó en todo el Norte peninsular.
Misterios desvelados
Pero, actualmente, las canteras son muy difíciles de observar en las proximidades de Ajarte. Un misterio que la guía desvela en las explicaciones que acompañan a las 37 paradas del camino.
Las huellas de las ruedas de aquellas carretas aún pueden verse en algunos tramos del itinerario actual que atraviesa el corazón de los Montes de Vitoria. En la parte más alta, antes de llegar al collado, se encuentra empedrada y en algunas zonas de elevada pendiente, se encastra en un corredor de roca. Son los llamados callejones, que en la base de sus laterales presentan muescas de frenado para los carros que se utilizaban cuando el camino quedaba helado o con nieve.
Toda esta calzada ha sido utilizada hasta bien entrado el siglo XX por los vecinos del Condado de Treviño para acercarse hasta Vitoria. «Lo hacíamo hasta de noche. No se ve pero te coges de la cola de la yegua y ella te lleva», contaba Jesús Izquierdo, un vecino de Ajarte.
La ruta de la piedra coincide con uno de los más hermosos itinerarios restaurados por el Centro de Estudios Ambientales del Ayuntamiento de Vitoria para disfrutar de sus montes, la llamada colada de Peña Betoño. El término significa faja de terreno por donde pueden transitar los ganados para ir de unos pastos a otros. Pero es mucho más que una vía pecuaria. Además de los carreteros que transportaban piedras, de los pastores que utilizaban esta senda en busca de alimento para sus rebaños, o de los vecinos de Aguillo, Ajarte, o Marauri para ir a Vitoria, por aquí han pasado los arrieros de la Rioja con sus carretas de vino.
«Como todo ser vivo, el camino tiene memoria y conserva, inscritas en su trazado las marcas de los viajeros y de las cargas de mercancías e ilusiones que acarrearon. Bajo su lecho de tierra o de piedra se oculta la arqueología de la circulación, de ese flujo de vida que mantiene en funcionamiento a las sociedades. En el viaje, como en la vida, cuando caminamos, pisamos sobre las huellas de los ancestros, de los que abrieron surco y a pesar de la trampas y de los inconvenientes, siguieron avanzando. Sobre esas huellas del pasado se sustenta el presente». El texto es de Antonio Altarriba en referencia a la colada de Peña Betoño en la guía 'Paseos por el municipio de Vitoria'.
Corredor ecológico
Aquel paisaje infantil de Jesús Izquierdo, aquel sendero de bueyes nos introduce hoy en el corazón del futuro parque natural de los Montes de Vitoria o nos lleva a disfrutar de las portadas románicas de Monasterioguren. En la vertiente sur de la ruta, en el entorno de Ajarte, la naturaleza se muestra escuálida: enebros, brezos, plantas aromáticas o endémicas, como la Carlina acaulis. Las viejas encinas desaparecieron por la explotación de las caleras. Pero en la cumbre asoman las hayas y su alfombra parda de hojas, y, según se baja, los quejigos, los robles, los acebos, serbales, espinares y pinos.
Se trata de un área muy bien conservada. Es un corredor ecológico entre el este y el oeste de Álava y guarda en sus entrañas quince hábitats de interés comunitario, once especies vegetales raras y hasta el 42% de los mamíferos terrestres de España. Razones más que suficientes para mantener viva la ruta y que la puedan pisar otras generaciones.

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