El ictus o infarto cerebral, una de las principales causas de muerte y de incapacidad a largo plazo en la mayoría de los países industrializados, tiene entre sus secuelas más importantes la depresión, que llega a afectar, al menos, a un 33% de los supervivientes. Un pequeño trabajo, publicado en 'Stroke', revela que la combinación de terapia psicosocial y antidepresivos es más eficaz que sólo los medicamentos en el tratamiento de este trastorno.
La depresión se ha vinculado a un mayor riesgo de sufrir posteriores problemas vasculares e, incluso, a un incremento de la mortalidad tras el infarto cerebral. Según Richard C. Veith, uno de los autores del estudio y profesor de Psiquiatría y Ciencias del comportamiento de la Universidad de Washington (Seattle, EEUU), "la depresión después de un ictus es un problema de salud pública. Un tercio de los pacientes que sufren un ictus la desarrollan. Esto les hace menos capaces de recuperarse, empeora su funcionalidad cognitiva y social y se relaciona con otras consecuencias adversas".
Los investigadores realizaron su trabajo sobre una muestra de 101 pacientes (el 59% de ellos varones, y con edades comprendidas entre los 25 y los 88 años) que habían sufrido un ictus isquémico leve durante los cuatro meses anteriores, no estaban hospitalizados y sufrían depresión.
Los participantes se dividieron en dos grupos. Cuarenta y ocho de ellos recibieron terapia psicosocial combinada con antidepresivos durante ocho semanas y 53 recibieron el tratamiento tradicional con medicación, generalmente con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (como sertralina o Zoloft).
La terapia psicosocial fue conducida por enfermeras y centró su objetivo en aumentar el nivel de actividades físicas y sociales placenteras de los pacientes y mejorar su estado de ánimo. Estas profesionales visitaron a los enfermos en nueve ocasiones, repartidas a lo largo de ocho semanas, y desarrollaron sesiones de una hora, enfocadas a aportar un mejor conocimiento de la depresión y sus síntomas y a reforzar las conductas positivas. Durante la terapia los participantes aprendieron estrategias para aumentar los momentos gratificantes, resolver problemas, apoyar a sus cuidadores y controlar los pensamientos negativos.
Un año después, entre los que recibieron la terapia psicosocial combinada con antidepresivos la incidencia de depresión disminuyó un 47%, frente al 32% entre los que sólo habían sido tratados con medicación.
Más riesgo de sufrir fracturas
Por otra parte, otro estudio publicado en la misma revista y desarrollado por investigadores de la universidad de Utrecht, en Holanda, ha analizado el riesgo de sufrir fracturas de cadera o fémur entre los supervivientes de un ictus.
El trabajo tomó una muestra de 6.763 pacientes con fractura de fémur o cadera, un 3,3% de los cuales tenía un historial de infarto cerebral. Este conjunto fue comparado, teniendo en cuenta género, edad y procedencia, con un grupo de control formado por 26.341 individuos libres de fracturas y de los cuales un 1,5% había sufrido este accidente cerebrovascular.
Los autores llegaron a la conclusión de que los supervivientes de un ictus cerebral tienen el doble de posibilidades de romperse la cadera o el fémur que el resto de la población. Esta propensión se vio incrementada entre los más jóvenes (70 años o menos) y las mujeres, que presentaron más del doble de riesgo que los hombres.
Además, el peligro aumentó hasta tres veces más en los que habían sufrido el episodio de forma reciente, sobre todo durante los primeros tres meses. También se observó que la mayor parte de las fracturas tuvo lugar a partir de los 50 años de edad.
Tal y como indica el estudio, el mayor riesgo de fractura en los primeros meses tras el accidente cerebrovascular refuerza la idea, ya apuntada en ensayos anteriores, de que existe una mayor pérdida de densidad mineral ósea en los seis meses posteriores a un ictus. Este fenómeno, que interactúa con un mayor riesgo de caída, se hace más evidente en las extremidades paralizadas como consecuencia de una reducción de la movilidad.
Para Frank de Vries, uno de los autores, estos hallazgos ponen de manifiesto la necesidad de valorar el riesgo de fractura inmediatamente después de que el paciente con ictus es hospitalizado. Según el investigador holandés, es necesario establecer programas de prevención de caídas, pudiendo ser necesario medir la densidad ósea y prescribir medicamentos, como los bifosfonatos, para fortalecer los huesos tras el accidente cerebrovascular. Además, estas estrategias deben incluir evaluaciones posteriores de otros riesgos que contribuyen a estos traumatismos.
La depresión se ha vinculado a un mayor riesgo de sufrir posteriores problemas vasculares e, incluso, a un incremento de la mortalidad tras el infarto cerebral. Según Richard C. Veith, uno de los autores del estudio y profesor de Psiquiatría y Ciencias del comportamiento de la Universidad de Washington (Seattle, EEUU), "la depresión después de un ictus es un problema de salud pública. Un tercio de los pacientes que sufren un ictus la desarrollan. Esto les hace menos capaces de recuperarse, empeora su funcionalidad cognitiva y social y se relaciona con otras consecuencias adversas".
Los investigadores realizaron su trabajo sobre una muestra de 101 pacientes (el 59% de ellos varones, y con edades comprendidas entre los 25 y los 88 años) que habían sufrido un ictus isquémico leve durante los cuatro meses anteriores, no estaban hospitalizados y sufrían depresión.
Los participantes se dividieron en dos grupos. Cuarenta y ocho de ellos recibieron terapia psicosocial combinada con antidepresivos durante ocho semanas y 53 recibieron el tratamiento tradicional con medicación, generalmente con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (como sertralina o Zoloft).
La terapia psicosocial fue conducida por enfermeras y centró su objetivo en aumentar el nivel de actividades físicas y sociales placenteras de los pacientes y mejorar su estado de ánimo. Estas profesionales visitaron a los enfermos en nueve ocasiones, repartidas a lo largo de ocho semanas, y desarrollaron sesiones de una hora, enfocadas a aportar un mejor conocimiento de la depresión y sus síntomas y a reforzar las conductas positivas. Durante la terapia los participantes aprendieron estrategias para aumentar los momentos gratificantes, resolver problemas, apoyar a sus cuidadores y controlar los pensamientos negativos.
Un año después, entre los que recibieron la terapia psicosocial combinada con antidepresivos la incidencia de depresión disminuyó un 47%, frente al 32% entre los que sólo habían sido tratados con medicación.
Más riesgo de sufrir fracturas
Por otra parte, otro estudio publicado en la misma revista y desarrollado por investigadores de la universidad de Utrecht, en Holanda, ha analizado el riesgo de sufrir fracturas de cadera o fémur entre los supervivientes de un ictus.
El trabajo tomó una muestra de 6.763 pacientes con fractura de fémur o cadera, un 3,3% de los cuales tenía un historial de infarto cerebral. Este conjunto fue comparado, teniendo en cuenta género, edad y procedencia, con un grupo de control formado por 26.341 individuos libres de fracturas y de los cuales un 1,5% había sufrido este accidente cerebrovascular.
Los autores llegaron a la conclusión de que los supervivientes de un ictus cerebral tienen el doble de posibilidades de romperse la cadera o el fémur que el resto de la población. Esta propensión se vio incrementada entre los más jóvenes (70 años o menos) y las mujeres, que presentaron más del doble de riesgo que los hombres.
Además, el peligro aumentó hasta tres veces más en los que habían sufrido el episodio de forma reciente, sobre todo durante los primeros tres meses. También se observó que la mayor parte de las fracturas tuvo lugar a partir de los 50 años de edad.
Tal y como indica el estudio, el mayor riesgo de fractura en los primeros meses tras el accidente cerebrovascular refuerza la idea, ya apuntada en ensayos anteriores, de que existe una mayor pérdida de densidad mineral ósea en los seis meses posteriores a un ictus. Este fenómeno, que interactúa con un mayor riesgo de caída, se hace más evidente en las extremidades paralizadas como consecuencia de una reducción de la movilidad.
Para Frank de Vries, uno de los autores, estos hallazgos ponen de manifiesto la necesidad de valorar el riesgo de fractura inmediatamente después de que el paciente con ictus es hospitalizado. Según el investigador holandés, es necesario establecer programas de prevención de caídas, pudiendo ser necesario medir la densidad ósea y prescribir medicamentos, como los bifosfonatos, para fortalecer los huesos tras el accidente cerebrovascular. Además, estas estrategias deben incluir evaluaciones posteriores de otros riesgos que contribuyen a estos traumatismos.
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