Su vida transcurre entre el II y el III siglo, en medio de un ambiente de serenidad. Aparentemente, el cristianismo va prendiendo en Asia, hasta el punto de desaparecer, al menos en apariencia, la persecución que se había desencadenado contra la Iglesia. Uno de los difusores principales, es el Obispo de Neocesarea, Gregorio, quien logra, desde su buen hacer y testimonio, que florezcan las comunidades nacientes. A la muerte del Obispo de Comana, toca elegir sucesor y piden ayuda a Gregorio, para que sea también él quien le imponga las manos. Después de hablar a los fieles, Dios escoge, a través del pueblo creyente a Alejandro, un hombre dedicado a la extracción de carbón. Rico en toros tiempos, tuvo un momento de conversión a semejanza de los Apóstoles, abandonando todos los bienes terrenales, se dedicó a llevar una vida acorde con el Evangelio. Este motivo fue suficiente para que la providencia le señalase como Pastor de su pueblo. Consagrado por Gregorio, su Ministerio Episcopal discurrió desde el espíritu de oración y servicio, corrigiendo los vicios y ayudando a los necesitados con un especial hincapié en los enfermos e impedidos. Muere mártir al recrudecerse la persecución de Decio
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