Indagador del secreto de belleza

Vuelve Fortuny, un personaje del pasado –nació en Granada en 1871 y falleció en Venecia en 1949– que fascina por su devoción estética y por su entrega a una modernidad aliñada con un halo de romanticismo y unas gotas de decadencia. Una interesante exposición lo rescata en la Pedrera, como en 1983 lo hizo Pere Gimferrer en la novela Fortuny.
No es extraño que Marià Fortuny i Madrazo se resista a morir, ya que la suya fue una vida muy literaria, como si fuera, más que un personaje de carne y hueso, el fruto de un sueño artístico. Heredero de dos grandes pintores –de su padre, Marià Fortuny i Marsal, y de su abuelo, Federico de Madrazo–, nuestro Fortuny se interesó por la fotografía, el grabado y la escenografía, revolucionó la moda y fundó en Venecia una célebre fábrica de tejidos. La compra a principios del siglo XX del Palazzo Pesaro de Venecia, hoy Museo Fortuny, le proporcionó el marco adecuado para sus arrebatos estéticos. En 1956, siete años después de la muerte del artista, su esposa donó el palacio a la ciudad italiana.
El Museo Fortuny se encuentra ahora en la etapa final de un largo proceso de restauración. Lo necesitaba, ya que la humedad había dañado sus nobles paredes con esa pátina de decadencia que tan bien le sienta a Venecia, pero que tanto daña las frágiles obras de arte.
Recuerdo, de cuando estuve allí hace un par de años, el texto grandilocuente de la placa que decora uno de los muros exteriores del museo: «En este palacio de los Pesaro, Mariano Fortuny y Madrazo, español, veneciano de elección, con genio de científico y pintor, indagó el secreto de la belleza. Su esposa, Henriette de Fortuny, con fidelidad de amor, quiso entregar a la ciudad esta casa patricia, por amor a Venecia restaurada, iluminada del arte y de la bondad. Venecia, agradecida, 1957».
Indagar el secreto de la belleza... No es mal propósito para una vida de artista. El resultado, en la exposición de la Pedrera.