EL domingo de Ramos comienza la Semana Santa. Los cristianos acompañamos a Jesús que subió a Jerusalén. El camino hacia Jerusalén condujo al Señor a su pasión, a su muerte y a su resurrección. Es lo que conmemoramos durante estos días santos. Estos acontecimientos históricos han incidido fuertemente en la vida de la humanidad, especialmente de nuestro occidente. Jesús hizo este camino hacia Jerusalén acompañado de sus discípulos. Y mientras venían desde muy lejos iba explicándoles en qué consistía ir a aquella ciudad santa. «Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días. Claramente les hablaba de esto.»
Ante ese anuncio de Jesús hay la reacción de Pedro, la cual venía a sintetizar la de los demás apóstoles: «Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle.» Es el rechazo innato a la cruz, a la muerte, al fracaso humano. Es entender la vida y obra del Mesías únicamente en clave de éxitos, de resurrección. Sin embargo, Jesús reiteró su enseñanza anterior sobre lo que sucedería en Jerusalén, riñó a Pedro y le dijo: «Vete, Satanás, pues tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.» La más peligrosa amenaza para la Iglesia y para los cristianos es el rechazo de la cruz de Cristo.
A medida que se acercaban a Jerusalén, el Señor reiteró la misma catequesis sobre su muerte y resurrección, y, ante las reacciones de incomprensión por parte de sus discípulos, Jesús les dio esas enseñanzas capitales para la vida cristiana que significan seguir al Señor en el camino hacia Jerusalén. Les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos», y también: «Si alguno de vosotros quiere ser grande, sea vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, sea siervo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.»
San Pablo entendió muy bien el misterio de la cruz como fuente de sabiduría y de vida. Se dirige a los cristianos de Corinto con estas palabras: «Los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más poder y sabiduría de Dios para los llamados.»
La cruz es el signo de la identidad cristiana. Es abominada por muchos, pero continúa atrayendo millares y millares de creyentes que se postran para adorar a quien, sin dejar de ser Dios, quiso salvar a los hombres. La cruz se convirtió en el signo definitivo del amor fiel de Dios hacia todos nosotros.
El camino hacia Jerusalén condujo al Calvario. En la cruz del Calvario el dolor y la muerte se abrazan con el amor y la vida. Quien no ha sufrido nunca en este mundo, no sabe qué significa amar. Existe una simbiosis profunda e íntima entre dolor y amor. La cruz de Cristo nos hace entender el verdadero sentido del dolor y del sufrimiento que acompaña la vida de todos los hombres y mujeres. Claudel ha dicho que «Dios no vino a la tierra para suprimir el sufrimiento, sino para llenarlo con su presencia; una presencia que, sorprendentemente, es amor infinito». Ante el misterio del mal y del sufrimiento, la contemplación de Jesucristo clavado en la cruz proporciona luz para entender ese penetrante misterio presente en toda persona humana. Sin embargo, el camino hacia Jerusalén no terminó en el Calvario. Jesús murió en la cruz, pero resucitó. Ésta es la victoria definitiva que vence al mal, al sufrimiento y a la muerte.
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