Las heridas de un enfermo crónico
Desgarros
Una de las partes más dañadas es el gran desgarro que cruza la tela y atraviesa la cabeza del toro. Los desgarros se mantienen unidos por la cera y los refuerzos de papel y adhesivo en el reverso.
Craquelado y deformaciones
Las deformaciones verticales atraviesan el cuadro de arriba abajo, afectando especialmente a las zonas con capas de pintura espesas. El craquelado y la pérdida de pintura son otras consecuencias del enrollamiento.
Orificios
La cabeza del guerrero es una de las partes más dañadas, con dos orificios.
Suciedad y golpes
Sobre la pintura, hay una capa de suciedad generalizada, mezclada con restos de cera-resina de la restauración de 1957 del MoMA.
Borde y Bastidor
El estado del bastidor es aceptable, aunque las medidas no se ajustan a las de la superficie pictórica.
Pérdidas de materia
Los daños más importantes del cuadro coinciden en el bastidor. Estos desperfectos se han producido durante los procesos de desclavado, clavado y atirantado (para tensar el lienzo). En los laterales hay una notable acumulación de cera-resina que cubre la superficie.
Pérdidas de materia
Arriba, pérdidas de capa pictórica y preparación. Abajo, las capas de imprimación, con base de cola animal.
"Que lo dejen tranquilo de una vez"
Ni siquiera los restauradores del Museo Reina Sofía pueden mover el cuadro a sus talleres para hacerle las curas.
En el departamento de conservación y restauración del Museo Reina Sofía no tienen algodones suficientes para quitarle la capa más polvorienta de todas las que lo ensucian: la de la política, que no ha desaparecido desde que se le encargó al maestro en 1937, para colocarlo en la planta baja del pabellón de la República española, en la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de París.
A sus 54 años, Picasso era una máquina de propaganda, la mejor marca a la que asociarse para lograr la atención internacional contra el asedio del ejército rebelde. Manuel Azaña lo había nombrado director del Museo del Prado -aunque nunca llegó a tomar posesión del cargo-, en el mismo año en que le pidió la gran pintura mural para dar testimonio del horror del bombardeo de la localidad vasca.
Y el cuadro no paró de viajar, y el cuadro no dejó de recaudar. Y cruzó el charco, fue de aquí para allá, mostrando la tragedia de una sociedad
desatendida. Sólo entre 1937 y 1939, el Guernica visitó 15 ciudades europeas y norteamericanas. El cuidado por el cuadro no importaba tanto como la propaganda que generaría una obra de Picasso sobre la guerra.
El tamaño facilitó el impacto y la difusión del mensaje, tanto como hoy lo hace la publicidad en las vallas al borde de la carretera. Y cada vez que salía de un centro de arte para ir a otro, había que enrollar y desenrollar los ocho metros de alto por tres de ancho del Guernica, la misma medida de una de esas vallas. Un óleo sobre lienzo como si de una alfombra de 200 kilos de peso se tratase. Se montaba entero cada vez que llegaba a una nueva sede con el mismo bastidor. Hasta que no lo soportó más y el paciente empezó a soltar la pintura como escamas.
En 21 años pasaron por las carnes de la obra 38 exposiciones, con sus transportes y las alteraciones en las condiciones de conservación. En total, el Guernica se ha enrollado y desenrollado más de noventa veces hasta su llegada al Reina Sofía, que se ha negado a moverlo desde entonces. Ni siquiera pueden acercarlo a los talleres de restauración de la institución para hacerle las curas más necesarias.
"Con el Guernica siempre hay política de por medio. Que lo dejen tranquilo de una vez", se lamenta Juan Antonio Sánchez, restaurador del museo, que se refiere al cuadro continuamente como a un enfermo. Por ejemplo, en su departamento se prefiere la mínima intervención sobre el mural para mantenerlo "estable en su enfermedad". No se plantean remedios drásticos para librarlo de sus dolores, porque temen más a los "efectos secundarios". Hablan de la obra y la llaman "enferma crónica".
Ensayos y nuevo montacargas
Cada martes, el día sin visitas, los doctores sacan el fonendoscopio y controlan las constantes vitales de la pieza que da sentido a la colección y al museo. Juan recuerda que antes de que el cuadro entrara en el Reina Sofía proveniente del Casón del Retiro, en julio de 1992, hubo que ensayar los movimientos por las salas laberínticas del antiguo hospital, con una maqueta que simulaba las dimensiones del Guernica. Por supuesto, tuvieron que construir un nuevo montacargas para subirlo a planta. "Hoy el cuadro no puede salir de esta sala sin ser desmontado otra vez y eso sería fatal si sucediera. Lo primero que explicamos al nuevo director es que este cuadro no se puede prestar", cuenta Juan para aclarar la debilidad en la que se encuentra la pintura.
"En los 20 años que hace desde que trabajo en el museo, se ha pedido en cinco ocasiones [la primera con motivo de los JJOO de Barcelona 1992]. Todas fueron rechazadas", recuerda Juan. De hecho, el informe técnico sobre los desperfectos del Guernica se publica en 1998, tras la primera petición del Museo Guggenheim de Bilbao para quedarse con la obra de arte.
José Guirao, director por entonces del Reina Sofía (con Miguel Zugaza, actual director del Museo del Prado, como subdirector), cerró la posibilidad con aquel estudio, "desaconsejando cualquier movimiento del cuadro, debido a que sus grandes dimensiones hacen imposible evitar las vibraciones y los riesgos que conllevaría su manipulación". El Guernica tampoco está al alcance del Prado, como dejó claro el Patronato del Reina Sofía.
Ese informe es el mayor diagnóstico que se ha hecho sobre el estado de salud de la gran pintura. "El Guernica se encuentra en unas condiciones de conservación muy precarias", concluía el estudio. El cuadro sufre hasta por sus remedios. En 1957, el MoMA decidió una intervención drástica: para consolidar el cuarteo del óleo se trató todo el lienzo por el reverso con una capa de cera y resina fundidas, con el fin de fijar el color. Fue un tratamiento irreversible.
Para entonces había otros problemas: la tela había perdido tensión de clavar y desclavar el lienzo sobre el bastidor con cada montaje y desmontaje. Los bordes del mismo están en las últimas y en el reverso aparecen parches de papel japonés para acabar con las peores arrugas. Hay orificios y suciedad.
"Está muchísimo más dañado que Las meninas de Velázquez", dice Juan, que tampoco olvida la pintada que en 1974 el joven artista Tony Shafrazi hizo sobre el cuadro. Con su spray rojo: "Matad todas las mentiras", bien grande. Protestaba sobre el cuadro contra la guerra que mantenía EEUU en Vietnam. Por fortuna, 12 años antes se había aplicado sobre la superficie un barniz que hubo que quitar para hacer desaparecer la pintada, de la que todavía quedan restos.
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