Percibo mucho más peligro en el tejido de corrupción y doblez que padecemos que en las llamadas “Damas de Blanco”, el faquir de Villa Clara o la bloguera intoxicada con su protagonismo de diseño.
Varios intelectuales de estatura internacional, compañeros de probado compromiso con nuestra sociedad - entre otros, Esteban Morales, Silvio Rodríguez, Guillermo Rodríguez Rivera, José María Vitier, Leonardo Padura, Pablo Milanés, Arturo Arango y Tato Quiñones - han venido expresando recientemente y por diferentes medios su preocupación con la deriva que pudiera tomar la forja del futuro inmediato en nuestro país.
Esencialmente, coinciden en expresar un hondo desasosiego ante el ritmo de los cambios que se estarían diseñando, y sobre todo con la naturaleza furtiva, y a veces hermética, del proceso asociado a ese presunto diseño. Nadie sabe a ciencia cierta quién o quiénes exactamente se ocupan de ello. No es un asunto baladí, pues nos guste o no, todo el futuro y el futuro de todos puede estar en manos de personas que actúan en secreto y sin que desde las bases se participe en ese proceso, ni para retroalimentarlo ni para supervisarlo.
No identifico simple impaciencia en el apremio que dichos compañeros parecen tener, sino angustia derivada de la comprensión realista de los riesgos implícitos en la prolongación de una especie de autismo o endogamia, según el caso, que parece presente en quienes habrían de decidir.
Por otra parte, he registrado en diversos estamentos sociales una obvia preocupación con algunas de las decisiones adoptadas, y no menos con las no adoptadas. La postergación sine die de un análisis estructural de nuestra salud pública a raíz de la debacle del hospital psiquiátrico en enero del presente año es un buen ejemplo; pero otros temas, como la edad de algunos dirigentes recientemente promovidos y la aparición de consignas extemporáneas, integran el repertorio de tales preocupaciones.
El caso de la reciente designación del octogenario Gral. Lusson (cuya edad fue cuidadosamente omitida en la comunicación oficial, a la vez que se exaltaba la de los otros dos compañeros designados el mismo día) y el insólito lema del X Congreso de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (“ANAP: 49 años demostrando que sí se puede”) ilustran con creces estas anomalías. Puedo testimoniar el juicio cargado de sorna que ambos acontecimientos han producido en muchos conciudadanos. Me refiero a chistes sobre la supuesta valoración de nuevos ancianos para ocupar cargos de máxima responsabilidad, y a sardónicas preguntas del tipo “La ANAP ha demostrado durante 49 años que sí se puede… pero ¿Que sí se puede QUÉ?” o “Cuba va…¿pero hacia dónde?”.
Sin embargo, la preocupación fundamental que registro es la siguiente: todo indica que no son pocas ni aisladas las personas que ocupan posiciones relevantes en la economía y la sociedad (gerentes de firmas u hoteles, directores de empresas, cuadros ministeriales intermedios, hijos de militares de alto rango, etc) que están al acecho, acumulando capital originario, para entrar a saco en la sociedad tan pronto se restablezca el capitalismo, como en el fondo secreta pero vehementemente desean. Se trata de un entramado social que ha ido encontrando coberturas formales (matrimonios con extranjeros, rendijas legales para enriquecerse mediante la posesión de paladares, o la adquisición de viviendas en zonas residenciales, por poner algunos ejemplos, además de gestionar de manera corrupta lo que la Revolución ha puesto en sus manos). Sus integrantes manejan estrictos códigos de autopreservación y mutua protección a la vez que, provisionalmente, se adhieren formalmente a la retórica política trazada desde la burocracia. Ahí pudiera estar el mayor peligro para Cuba.
La única manera efectiva de conjurar el crecimiento de este cáncer social sería empoderar a la gente llana antes de que sea demasiado tarde. Si alguien conoce otra, que nos la comunique. Los integrantes de esa pandilla le tienen auténtico terror a esa posibilidad. Y harán lo que haga falta para evitarla. Su afán de no cambiar nada esencial no tiene un origen misterioso ni extraño. Se trata de no perder ninguna prebenda. Lo peor que pudiera ocurrirles a tales personajes es que las indagaciones y los reclamos pudieran ser llevados a cabo por, o con participación de, las víctimas de sus desmanes.
Si los numerosos hijos de papá, o amigos, o familiares en general, de influyentes personajes, tuvieran que explicar no solo la legitimidad formal sino también el posible merecimiento de sus lujosos carros, de sus viajes al extranjero y sus magníficas residencias, de los recursos para montar sus paladares, de sus cargos en empresas cubanas que operan fuera de fronteras y de sus ropas suntuosas y perfumes, otro gallo cantaría. Todo el mundo sabe que ellos nunca han cogido una guagua, ni se han alimentado jamás de lo que les toca en la libreta, ni han hecho una cola en un hospital ni en sitio alguno, ni esperar meses o años para que les entreguen materiales para reparar su casa, ni han tenido que contar los pesos en moneda nacional que le quedan para terminar el mes… Pero a todos se nos pide que defendamos “la Revolución”, a pesar de que, en buena medida, lo que estamos defendiendo es ese status quo y la cruenta realidad con que un día podríamos despertarnos.
Ocasionalmente, he tenido oportunidad de leer el blog de Yoani Sánchez. He sentido pena por ella. Siempre, absolutamente siempre, me encuentro con los textos de una profesional de remover o resaltar la mierda. Es obvio que lo que le encanta es hablar de la pobreza, de los escombros, de salideros de agua, del desencanto, de los errores, de la corrupción presente aquí o allá, de las promesas incumplidas y las carencias, que ella va coleccionando con fervor filatélico, que diría Benedetti.
Lamentablemente para nosotros, no le falta razón en muchas ocasiones. Lamentablemente para ella, su tullido rencor permanente no le deja ver (ni desear) otra cosa que la basura.
Mi posición, y estoy seguro que también la de los destacados intelectuales arriba mencionados, no es la de solazarme con las impurezas que tenemos, ni mucho menos con la inmundicia que nos puede caer arriba si los mafiosos escondidos en la burocracia pudieran llegar, finalmente, a conformar su mafia de manera abierta (tal y como ocurrió en el socialismo europeo). Queremos erradicar la primera y conjurar la segunda. No dudo de que habrá quien elija confundir nuestros reclamos con el modus operandi de Yoani, sea por mera irresponsabilidad, sea por razones mucho más espurias. Pero, a diferencia de la bloguera, nosotros -y me tomo la libertad de incluirme entre personajes mucho más ilustrados y lúcidos que yo- sí nos dolemos sinceramente de los problemas, sí creemos en el proyecto social emprendido hace 50 años, reconocemos sus conquistas, y proponemos soluciones.
La mía, la repito: empoderar al pueblo de verdad, incorporar a sus integrantes al diseño del futuro, hacerlos gravitar y participar en las decisiones, no solo hacerlos actuar, de cuando en cuando, como votantes y como meros comunicadores de opiniones, sino como entes con prerrogativas reales. Pedir que defendamos la Revolución, desde luego; pero defenderla especialmente de los descarados que la usan para vivir de ella hasta que puedan aniquilarla. Percibo mucho más peligro en ese tejido de corrupción y doblez que en las llamadas “Damas de Blanco”, el faquir de Villa Clara o la bloguera intoxicada con su protagonismo de diseño. Cuando más energía gastemos en acallarlos -como si tuvieran algún peso sustantivo, y como si no tuvieran razón nunca en nada- más inadvertidos pasan, para su propia tranquilidad, los depredadores atrincherados en la impunidad.
No pienso, no, en un movimiento similar a la Gran Revolución Cultural china (a la postre un descomunal dispositivo digitado desde el poder para consolidar una tendencia voluntarista y unilateralmente decidida), ni en la famosa glasnost (un instrumento para la catarsis en el mejor de los casos, y para socavar el socialismo en última instancia).
Pienso en mecanismos pausados, racionales, íntegros, transparentes, que devuelvan la confianza y el sentido de participación y pertenencia al menos a una parte importante del pueblo, a esa parte que no soporta las prebendas ni disfruta la precariedad, que está saturada con las prohibiciones que no tocan a la clase encaramada en importantes zonas de poder, pero que no quiere involucionar hacia la indigencia moral y la banalidad disfrazada de lentejuelas que nos recetan desde la derecha de Miami, desde la prensa europea y desde el blog de Yoani. Yo, por lo menos, confío en la sabiduría del pueblo cubano y aspiro a que recupere el poder que el propio pueblo en su momento depositó en quienes lo ejercen de manera selectiva, o que lo han ejercido de manera errática, cuando no en provecho propio o de sus amigos y familiares.
Orlando Pérez Zulia
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