La gallina de los huevos de oro está enterrada aquí, en el alto de Torbosillo, en este pueblo con el que Palencia casi se despide del Camino de Santiago. ¡Guau! Llegas a Terradillos de Templarios con los ojos como platos, por este andadero junto a la nacional, dispuesto a escuchar mil y un cuentos sobre esoterismo e historia oscurantista. Alguna cae, claro.
Lo del apellido del pueblo viene dado por el río, el Templarios, aunque también por este grupo, carne de 'best sellers', que recibió el pueblo como donación en el año 1191 y lo tuvo bajo su administración durante cerca de dos siglos.
De aquellos años, recuerdan los vecinos, queda una necrópolis y, sobre todo, una complejísima red subterránea de silos, de túneles que tejieron los templarios, dicen, quién sabe, para esconderse de los tentáculos de la Inquisición. Pero lo mejor es lo de la gallina de los huevos de oro. Ésta es la historia. O la leyenda. En Terradillos, años ha, había dos parroquias, la de San Pedro y la de San Esteban (sólo queda la primera).
Pues el párroco de la segunda, cada año llevaba a Santiago un huevo de oro. Hasta que un día, el cabildo de Santiago dijo que de huevos nada, que quería la gallina entera.
Y para que no se la pudiera llevar, los templarios la enterraron por aquí cerca, en el alto de Torbosillo, un cerro que puede verse si el peregrino echa la vista a la derecha en su camino hacia Compostela.
Total, que uno se acerca a Terradillos pensando en este tipo de historias milagreras, cruzando los dedos para tropezarse con, quién sabe, un huevo de oro (aunque sea duro) y lo que se encuentra vale mil veces más. Para qué las historias pasadas cuando el presente todavía te puede regalar un tesoro como éste.
Lo guarda José María Antolínez. O sea, Pepe. 87 años. Estupendos. Con sus achaques, pero estupendos.
Él solo, con paciencia, con tesón y con un patrimonio familiar más que envidiable ha creado un museo fantástico, una casona de pueblo decorada con los útiles de décadas pasadas. La casa de la Paula, donde se crió Pepe y su familia, y que ahora es una joyita de exposición.
Aquí pueden verse antiguas piedras de moler, celemines, segadoras, una serré, útiles de zapatero, tijeras para esquilar, cinchos para el queso, máquinas de coser, alcuzas de aceite, hilanderas, planchas, Tiene Pepe una cocina antigua con su horno para el pan.
Una biblioteca con una curiosa colección de gafas. Unos dormitorios ambientados en las primeras décadas del siglo pasado. Un cuarto lleno de juguetes pretéritos, con triciclos, marionetas... Lourdes, la hija de Pepe, hace de guía improvisada por una casa que acumula recuerdos en cada baldosa.
«Yo empecé disecando por correspondencia», explica Pepe. Y hay una liebre en la escalera que te mira y lo confirma. «Y luego me fui animando a guardar, restaurar y ordenar las cosas que teníamos por casa», recuerda Pepe, quien, como tantos otros vecinos de Terradillos, dedicó buena parte de su vida a la ganadería.
Hoy sólo quedan tres criadores de oveja y uno de vacas, «aunque la vaquería es una de las mejores de Palencia», advierten los vecinos. En su día, el cencerro de más de diez mil ovejas se sentía por los alrededores de Terradillos, y esa vinculación pastoril todavía se conserva en algunas de las tradiciones de la localidad. Por ejemplo, por Los Santos celebran una de sus tres comidas comunitarias (las otras tienen lugar en San Isidro y en el día del ángel). Pues bien, por Los Santos se reúnen para comer la machorra, que no es otra cosa que oveja con patatas.
Y hay más. Durante muchos años, por Navidad, han celebrado una pastorada, un auto sacramental que tradicionalmente se representaba en Nochebuena «y que se ha dejado de hacer porque ya casi no quedan jóvenes», explican varios integrantes de la asociación cultural de la localidad, un colectivo en ebullición que edita una revista, nutre de contenido la premiada página web de la localidad (www.terradillos.net) y ahora espera como agua de mayo la construcción del nuevo edificio de usos múltiples para poder desarrollar sus actividades «en un lugar más amplio y confortable».
Allí se acercarán los vecinos, sin duda, pero uno de ellos no perdonará -«mientras pueda»- sus visitas a la casa de la Paula, esa joya en forma de museo que vale su peso en oro. El suyo y el de ochocientas mil gallinas templarias enterradas. Lo que yo te diga.
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