Es normal que cuando visita lo que condescendientemente llama provincia, el chilango promedio busque la comida típica del lugar.
Presas de bucolismo urbano, el chilango sueña con esos frijoles que cocinaba la abuela jarocha o los mariscos con los que sueña en cada acapulcazo.
Esta corresponsal, chilanga más promedio que típica y especialmente tragona, salió en safari gastronómico en cuanto pisó Cumbre Tajín.
En Cumbre Tajín no hay comida típica.
Al menos no comida hay comida distinta a la que uno puede comer en cualquier feria en cualquier lugar de México. Tal parece que lo universalmente mexicano se define por tres cosas: cerveza, papitas fritas y tacos al pastor.
Ah, pero espere, señor lector, que no hay que desesperar: la comida autóctona no está en las zonas de comida “oficiales”. Para encontrar la verdad en Cumbre Tajín hay que tener ojo avizor.
Si quiere usted probar la delicia de la comida papantleca y totonaca, lo que debe hacer es acercarse a la casa totonaca que está escondida cerca el centro del parque temáticoTakilsukut, donde se realizan la mayor parte de las actividades de la Cumbre.
Ahí en el centro de Takilsukut, a la sombra del palo de los Voladores de Papantla, está una casita de adobe y palma que conquistó el corazón y el estómago (y otros órganos internos que no sirven para la metáfora) de esta corresponsal.
Manejada por un grupo de mujeres totonacas, las personas más alegres y amables que pueda imaginarse, en la casa totonaca se hornea pan, totopos de anís, se hace mole, se prepara café, chocolate y aguas frescas.
Todo delicioso. Todo absolutamente gratuito. Todo ofrecido con una generosidad que rebasa cualquier protocolo de evento cultural.
El mole totonaca es el más ligero y sabroso que esta corresponsal ha probado. De acuerdo con la explicación recibida, a diferencia del mole poblano y el negro oaxaqueño, el mole que se prepara en la huasteca veracruzana lleva más agua y menos chocolate, lo que lo hace más digestivo aunque, eso sí, muy picante.
Fue en la casa totonaca donde conocí los bocoles, que en realidad pertenecen ya a la tradición contemporánea de la comida veracruzana pero que de manera excepcional fueron preparados por la Abuelas totonacas.
Los bocoles son gorditas de nixtamal con manteca rellenas de queso que llevan la misma sazón que los totopos: un toquecito de anís en la masa. El resultado es excepcional. Un pedacito de corazón comienza a asomar la Cumbre Tajín.
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Trajinando en Tajín: bocoles bucólicos
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