El problema no es la globalización, sino como gestionarla, la obsolescencia de los métodos de gestión”. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía.
No hay rincón del mundo desarrollado, acosado por una crisis tan desconocida, confusa y grave en sus efectos como la que vivimos, que no reflexione y discuta sobre la necesidad de un nuevo modelo económico y productivo. Un debate que, en primer lugar, requiere definir ciertos conceptos básicos para poder acercarnos después a la realidad española.
Empecemos por desdramatizar el propio término “modelo económico”, pues un modelo no es más que una simplificación de la realidad que nos permite abordar su estudio. Con ello pretendemos mantener determinadas variables bajo control y construir un esquema de funcionamiento lo más cercano posible a los hechos. Es evidente, que cuanto más sencillos son los modelos económicos que planteamos más fácil resulta utilizarlos para dar respuesta a los problemas o predicciones, pero también es obvio que menos detalladas serán éstas. Los modelos económicos se construyen sobre unos principios de partida, los llamados “supuestos” que son “razonablemente” verdaderos, pero no necesariamente comprobables. Y todo este rodeo explicativo viene al caso de poner en cuestión la actual manera de establecer modelos económicos que tenemos actualmente como herramientas de gestión de la crisis.
Una mentalidad más relativista
Si observamos lo sucedido económicamente en el mundo a raíz del proceso vivido de globalización, debemos convenir que lo único cierto es que se han producido dos fenómenos innegables: el incremento de protagonistas en las decisiones económicas y el aumento exponencial de la velocidad de las mismas y su consiguiente reflejo en el número de transacciones mundiales.
Traducido a lenguaje físico y ateniéndonos a la teoría de la relatividad einsteniana, mayor número de partículas o masa, moviéndose más rápido. La ecuación E=mc2, con la que Einstein demostró que la física clásica estaba errada, cuando trataba de explicar objetos masivos u objetos que viajan a velocidades muy elevadas, debería estar más vigente que nunca a la hora de afrontar la actual crisis económica y la formulación de nuevos modelos para salir de la misma.
En el fondo, el primer ejercicio que debemos acometer es un verdadero cambio de mentalidad, una nueva manera de ver y entender la realidad de lo que está sucediendo en las relaciones económicas, políticas y sociales.
Bajando a nuestra realidad más cercana, no cabe duda qué es un acierto proclamar la necesidad de un cambio de modelo económico y productivo para España. Pero ese discurso corre el riesgo de quedarse vacío si no va acompañado de los factores que lo hagan posible: análisis estratégico, basado en fortalezas y capacidades reales; compromiso a largo plazo y, por supuesto, liderazgo. A fecha de hoy carecemos de esas tres premisas fundamentales para que lo que hoy es una mera discusión bizantina pueda convertirse en una realidad.
Probablemente, la manera más posibilista de lograr estos grandes objetivos no es otra que cambiar nuestra propia mentalidad y convencernos todos, de que la salida a la crisis no está en “el sálvese quien pueda”, sino en ponernos a gestionarla en la parte alícuota que nos corresponde. Hemos de ser conscientes de que no se trata solo de salir del bache, sino de diseñar un nuevo modelo y para ello es necesario lo público y lo privado: más público y más privado, mejor sector público y mejor sector privado.
Alianza público-privada
Hoy, tanto el Estado como el sector privado son mucho más potentes, están mucho más capacitados para intervenir y para hacerlo conjuntamente que en crisis anteriores y, nos guste o no, el avance de la mezcla entre lo público y lo privado es evidente, y seguramente irreversible en el contexto actual. Los gobiernos y las empresas estarán cada vez más asociados dentro de la estructura social, sobre todo mediante diferentes formas de co-propiedad y coinversión, lo que conllevará que la línea divisoria entre el sector público y el sector privado será más borrosa y siempre supeditada en ambos casos al incuestionable arbitraje del mercado.
En estos momentos, los procesos de relación público-privada a través de un proyecto económico, que puede tener una vinculación contractual con el Estado por medio de una concesión, han adquirido en ciertos casos tal dimensión que se hace imprescindible contar con instrumentos de economía mixta entre las instituciones democráticas y el sector privado. Necesitamos ir más allá de la relación cliente proveedor, tenemos que fusionar las reglas del juego y ser capaces de desarrollar instrumentos mixtos.
Reforma de la Administración pública
Para ello resulta urgente una reforma profunda de la Administración pública, con una racionalización de su forma de funcionamiento, con criterio de austeridad en el gasto corriente y nuevas fórmulas imaginativas para captar recursos. Todo ello no es más que un cambio del modelo de gestión de lo público, pasando del concepto burocrático imperante al de calidad de los servicios prestados.
Es el ciudadano, que no es ni público, ni privado, el que debe erigirse en el foco de poder de la nueva situación. Al servicio de él y, sobre todo, de sus percepciones de la realidad, deben trabajar los dos sectores si queremos cambiar de verdad el modelo económico y productivo español.
Una tarea que requiere responsabilidad y no pocas dosis de valentía para que los gobernantes lo comuniquen adecuadamente a las empresas y a sus funcionarios. Una divulgación que debe ser bien entendida por los ciudadanos y que no puede esconder el sacrificio que supondrá, dado que el camino que tenemos todos por delante es tan largo como inevitable.
Educación como mejor receta
Muchos de los intentos realizados o venideros para evitar situaciones tan críticas como las que hoy vivimos, pasan por convencernos del impacto que la educación tiene sobre el desarrollo económico. Los países que han alcanzado los máximos niveles de educación en el pasado siglo XX son también los que han tenido un puesto más destacado en su nivel de desarrollo, incluso en circunstancias de escasa dotación de recursos naturales en proporción a su territorio o su población.
Según demuestran los modelos econométricos que miden el impacto de la educación en el crecimiento, la generalización de los estudios primarios modera las tasas de natalidad, hace posible la incorporación al mercado de trabajo de las capas más desfavorecidas y el consiguiente nacimiento de las clases medias. Asimismo, la generalización de los estudios secundarios incrementa la inversión y la producción por habitante. Mientras que el aumento de personas con estudios superiores es directamente proporcional al incremento de la rentabilidad de la inversión en I+D+i de un territorio.
Además de estos efectos, la educación influye en el aumento de la productividad del trabajo. El hecho de que la educación eleve simultáneamente la productividad media y la productividad marginal, hace que el enfoque directo minusvalore el verdadero papel que la educación tiene sobre el PIB.
No alcanzar consensos básicos sobre el modelo educativo de nuestra sociedad supondría un fracaso inicial sin retorno posible en la tarea común de construir un nuevo modelo económico en nuestro país.
Estamos ante un gran reto, la necesidad de una auténtica “revolución de la riqueza”, como lúcidamente nos predecían hace más de un lustro Alvin y Heidi Toffler. Está en juego el diseño futuro de la riqueza visible e invisible, una forma revolucionaria de riqueza que redefinirá nuestras vidas, nuestras empresas y el mundo que se nos echa encima a toda prisa. Nos queda decidir si queremos dirigir el cambio o ser agentes inertes de lo que queramos o no va a suceder.
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